Crítica «El Testamento de Ann Lee» : Amanda Seyfried deslumbra en un ambicioso biopic religioso

El cine lleva más de un siglo imprimiendo lo sagrado en la pantalla. Milagros e historias meditativas han sucedido en torno a la religiosidad femenina desde aquella mirada hacia el cielo de la Juana de Arco de Maria Falconetti suplicando misericordia o la otra mirada presente-ausente de Barbara Sukowa recibiendo como Hildegard la orden de fundar un convento al otro lado del Rin.
Son estas y más representaciones las que vertebran la psique y el alma de estas mujeres: el hecho irrefutable de ser llamadas por una fuerza intangible y encomendadas una misión. Y es “El Testamento de Ann Lee” quien recoge de nuevo una epopeya sobre la vocación de ser un puente para los demás entre lo divino y lo mundano.
Mona Fastvold ( “The World to Come”) con la coproducción de Brady Corbet (“The Brutalist”) embarcaron el 1 de Septiembre en Venecia con este gigante biopic que relata la vida de Ann Lee, fundadora del movimiento religioso de los Shakers y como mediante sus visiones-revelaciones logró establecer desde Inglaterra una Iglesia en el Nuevo Mundo.
Asumir que se trata de otra fábula sobre la predicación y misión de una figura encomendada a Dios es simplificar la riqueza e inclinación a los temas y símbolos gnósticos que se significan a lo largo de la película constantemente y que no son tan comunes en el cine contemporáneo.
Dividida en varias partes, entre imágenes se superpone una voz en off que narra su legado como si tomara el material de un escrito. Una voz que le da el carácter de distancia pues estamos observando desde fuera una perspectiva ajena a ella e históricamente contextualizante pero que a su vez nos acerca irremediablemente gracias a la cámara y dirección de Fastvold que combina esa narración en tercera persona con la profunda inmersión que al final se adentra en esa fe y propósito, por muy susceptibles de rechazo y extrañeza que resultan en nuestra cultura y sociedad contemporáneas..
Filmada enteramente en película de 70mm,arranca con habitaciones en penumbra al puro estilo Caravaggio donde Ann Lee, interpretada por una Amanda Seyfried en un estado de embrujo, nace en Manchester, arrastrando desde niña una conexión inusual con lo divino. Visiones celestiales y del Espíritu Santo se aparecen ante sus ojos, acompañadas conjuntamente con un rechazo hacia la sexualidad y la carne.
Esta oscuridad se cuece mediante imágenes de una infancia con su confidente hermano, (un increíble Lewis Pullmann) compañero presente en todo su legado, forjándose una relación cuasi-utópica para el sistema de creencias del hombre de la época. La intromisión gradual de reuniones en una secta precursora de los Shakers, llevan a la explosión de los espasmos y cánticos extáticos que conforman la matriz del filme. Es importante subrayar que estas piezas líricas no tienen el carácter tradicional de musical sino de rezos que acompañan al movimiento en trance de los presentes, tocados por el Espíritu Santo. A pesar de ello, lo abrupto del comienzo de algunas de ellas puede ser irrisorio pero se compensan con una fiereza y delirio trascendentales, sumando al espectador en esa locura colectiva y permitiendo que no juzguen y se sientan invitados a descubrir y acompañar las motivaciones de ella.
Es Ann que casada con otro miembro,Abraham (Christopher Abott), se ve en la encrucijada de su aversión a las prácticas masoquistas propuestas por el Libro de las Revelaciones y su necesidad de obedecer como esposa devota las enseñanzas del Dios tradicional. En una espiral de energía creativa canalizada en relaciones carnales,partos,danzas posesivas y cánticos vemos a una mujer entregada a un proyecto: la concepción. Todo ello conduce a la devastación cuando pierde a todos y cada uno de los neonatos. En vez de quedarse en ese estado de suspensión el camino es allanado y después de estar en la cárcel durante dos semanas tiene la revelación de que para alcanzar la purificación espiritual es necesario el completo celibato,pues la lujuria promueve el pecado y aleja de Dios.
Ann transmuta el duelo con la misma energía creadora empleada para la procreación,esta vez fundando el movimiento de los Shakers y abrazando a sus integrantes como hijos al erigirse madre de ellos y de sus madres,una antorcha enmedio de la oscuridad e intransigencia de la Inglaterra protestante del S.XVIII. Es la encarnación de Jesucristo en cuerpo femenino sostenida por la asunción de que Dios creo a hombre y mujer y para ello toma la forma de ambos.
En el segundo capítulo se hace la luz y marcha a América con tan solo un sueño y un círculo adepto a dejarse envolver por esa revelación que le susurra un nombre: Cunningham. Y Seyfried coloca en la misionera una especie de fe inquebrantable acuciada por la pasión y la obediencia a su vocación que cautiva a quienes la escuchan, sobretodo a Mary ( una Thomasin Mckenzie que abraza maravillosamente la cualidad de devoción y lealtad como confidente) y William, su hermano. Establecidos allí, la comunidad crece y se encarna en el proyecto que sus visiones manifestaban y es en este ascenso a la gloria donde se persigue y castiga mediante la violencia sexual, en escenas donde es vejada, desnudada y acusada de hereje, recordando al despojo de humanidad que los romanos hicieron con Jesucristo al ser juzgado.
Hacia el final de la película la visceralidad de las dos primeras partes se atenúa hasta que vemos a una mujer asentada, recogiéndose a medida del paso de los años, satisfecha con su misión pero también más indefensa. Imágenes hacia el crepúsculo del film reflejan el espíritu de la película y el lugar por donde ha estado respirando: un tránsito solemne pero simbólico celebrando su vida, regalándole a una mujer la dignidad de un viaje hacia el Más Allá, lugar donde siempre ha tenido un pie puesto.
PUNTUACIÓN: 4/5 / 5

