Crítica «Frankenstein»: la odisea de Guillermo del Toro recibe 13 minutos de ovación en Venecia
Guillermo del Toro siempre ha esgrimido una fascinación por los monstruos, la criatura. En títulos de su filmografía como La forma del agua o El Laberinto del Fauno, se contempla la apertura del velo entre el mundo terrenal y lo sobrenatural, en términos de dos realidades que se escinden para conectar a la otredad insertada en cada una de ellas, y mostrar así como entiende el humano a lo no-humano y cuales y hasta donde llegan sus límites de entendimiento.
Esta inquietud en crescendo alcanza su gloria en Frankenstein, una fábula de 149 min producida por Netflix que desde el principio se ha constituido como una de las apuestas del año y no es para menos, contando con 120 millones de dólares presupuesto, ha sido durante años y años el proyecto colgando de la manga del director, su odisea soñada.
Además de tratarse de un set construido y pintado enteramente a mano por operarios y sin la interferencia de la IA o CGI, algo que el director estableció de manera redundante y por lo que se caracterizan sus obras. Esta magnificación del set ya se revela en el inicio del filme: el monstruo (Jacob Elordi) se dirige hacia un imponente barco con marineros rusos atrapado en el hielo, entregados a la maquinaria de desencallarlo, cuando se encuentran con la criatura sedienta de venganza por un creador que lo ha abandonado (Oscar Isaac).
A diferencia de versiones como The Young Frankenstein de 1974 o Mary’s Shelley Frankenstein de 1994,del Toro dota tanto al eje del largometraje como al monstruo de una dimensión más psicoanalítica ,navegando sobre la autonomía de la criatura nacida, las relaciones paterno-filiales y el orden simbólico sobre el que se construyen ,y aunque no se arroje completamente una nueva interpretación sobre la historia ,el director demuestra su habilidad maximalista para construir mundos dentro del eje fantástico y del terror. Cada fotograma se enlaza con el otro como notas de una sinfonía, sostenidas autónomamente pero inseparables, conscientes de si y por lo tanto cuidadosamente trazadas. El diseño de producción logrado es un hito en la historia reciente del cine y una parte responsable del alma ,junto a sus actores, de la película.
Planteada en forma de capítulos y después de introducir el momentum que lleva al monstruo a sembrar la destrucción en el barco naufragado, la historia se remonta a la infancia de Victor, hijo de un cirujano autoritario que desvaloriza tanto al niño como a su madre, una mujer cálida y afectuosa en la que se refugia pero de salud frágil y cuya muerte acaba transformándolo en el hombre imperioso por desafiar las limitaciones de los ciclos de la vida. Es en este lugar del filme donde se articula el sentido de los deseos del cirujano que perduraran durante el resto: como canaliza la pérdida del orden simbólico de la madre, el desafío masculino al pater convirtiéndose en otro, continuando el “orden de la espada” y la genealogía patriarcal, y esa obsesión de mostrar y crear algo mucho más grande y de naturaleza eterna aún con lo anti-natural que eso supone en un afán de retornar la madre arrancada.
Oscar Isaac convierte al creador en un hombre incansable en su proyecto, excéntrico y de nulos escrúpulos, encarnando una energía muy similar a personalidades militares de la historia de la humanidad y que en un trajín de miembros diseccionados y herramientas tanto eléctricas como afiladas se mueve dentro de una torre abandonada con tubos gigantes que transportan la electricidad necesaria para sus experimentos y que un día acaban haciendo nacer accidentalmente a la criatura.
En contraste con su carrera hacia la creación monstruosa, se encuentra la prometida de su hermano Elizabeth (Mia Goth),una figura femenina que le devuelve a la madre, también interpretada por la misma y que parece un sutil guiño a lo edípico. Goth, que ya se asomó al género de época en Emma, se maneja con una habilidad y gracia en un retrato lleno de humanidad de lo que será la única persona que sepa reconocer con dignidad al monstruo. Poseída por las cualidades victorianas de etereidad y delicadeza , acaba forjándose la “dialéctica” de la mujer naturalmente creadora por su capacidad de albergar a lo otro y el hombre que para crear necesita destruir o hacer desde lo artificial.
En los primeros segundos de conciencia de vida del monstruo ocurre el verdadero milagro de la película y es gracias a la interpretación de Jacob Elordi como se posibilita su esencia de ser viviente y no simple amasijo deforme. Ese ansía cual criatura recién nacida de comprensión y el amor de su creador choca con la necesidad de Victor de enseñar y esperar los modos de un adulto, disgustado por su no adecuación al superhombre esperado, producto de un narcisismo exacerbado donde antes mencionado, se esconden mecanismos de defensa y traumas paternos. Son los movimientos primigenios sin equilibrio, pasos secos y las primeras palabras de vida que resultan ser un nombre los que mutan a una expresión de autonomía y dolor que va memorizando el cuerpo cuando el creador decide destruirlo y que posteriormente el resto del mundo seguirá enfrentándolo y vejándolo. En un bosque, hallándose como un recién nacido abandonado, continúa su deseo de descubrir el mundo partiendo de una vulnerabilidad hermosa cuyo fin es la relación con el otro, un lugar donde ser amado y aceptado.
La palabra y la lengua es el canal para ello y el largometraje deja un vasto espacio para contemplar ese deseo y colocar en el sitio que corresponde a la verdadera bestia, el hombre, que en su fetichismo e incapacidad de reconocer a lo diferente, destruye y aniquila. La locura en la que el monstruo se sume es la constante no reciprocidad de su apertura, pero del Toro conforma una redención entre padre e hijo en la escena con más carga simbólica del filme, donde el aspecto psicoanalítico de la herida paternal se revela y significa.
La película, aunque de estética y formas de una producción que encaja con la agenda de Netflix es visualmente monumental y con un guión pulido y más que acertado. No decae en ningún minuto y con esta obra el director se consolida una vez más como un gigante en su estilo.
PUNTUACIÓN: 4/5