El silencio del gigante
Valencia, 09/06/2024
El 10 de noviembre de 2006, en un acto que rozó lo mayestático se presentó a la sociedad valenciana, y por ende al mundo la maqueta del Nuevo Estadio del Valencia C.F.
El entonces presidente, Juan Soler, impregnó aquel acto de toda la pomposidad que requería. El mundo del futbol, y más de la mitad de la sociedad valenciana, cayó rendida ante lo que el futuro deparaba. Aquellos fastos, más parecidos a las grandes coronaciones faraónicas que a los tiempos modernos que nos han tocado vivir dio pronto paso a las sombras y a la negrura que significó entrar en un laberinto cretense del que aún hoy no se ha salido. Por el camino se quedaron seis presidentes, seis. Pero también se quedaron ilusiones, esperanzas y vidas, las vidas de cuatro operarios que el 26 de mayo de 2008 perdieron las suyas devorados por el gigante cementado que sin piedad ni rubor los arrancó de este mundo.
La maldición no hacía más que acrecentarse, y aquel ovalo primigenio, el sueño húmedo de muchos pasó a ser un auténtico quebradero de cabeza.
Aquellos terrenos, 90.000 metros cuadrados, que poseía el Ayuntamiento capitalino en la avenida de las Cortes Valencianas parecía el lugar idóneo para levantar, para erguir con presumida elegancia el Nuevo Coliseo valencianista.
Luego llegó la aprobación de la permuta de suelo, luego llegó el movimiento político para dar forma y fondo a una vieja aspiración. El otrora Luis Casanova se había quedado obsoleto, pero sobre todo pequeño para una masa social que no paraba, año tras año, de crecer.
Allí, en el fortín, en el cubil de la avenida de Suecia se han escrito las páginas más gloriosas de este Club. Por allí se vistieron de corto una pléyade de jugadores que con el devenir del tiempo se han engrandecido aún más.
Elaborar una lista de los jugadores más determinantes y sobre todo más inolvidables sería una torpeza por mi parte pero nombrar a algunos de ellos no creo que sea un pecado venial de difícil redención. Antes de proseguir pido perdón por no mencionar a muchos, que en ningún caso es olvido es imposibilidad de espacio.
Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza apodados ‘La Traca’, tres Ligas (42,44 y 47) y una Copa (41) dan brillo y lustre a su palmarés.
Mestalla vio volar de palo a palo a un gato felino de nombre Ignacio Eizaguirre. Los 268 partidos que disputó en el conjunto che lo tienen en un lugar preferencial del santoral valencianista. Aquel arquero fue místico y legó para la historia su impronta y su virtuosismo bajo palos que no bajo palio.
Antonio Puchades fue un jugador total, un centrocampista que lo hacia todo bien. Excelso en el apartado físico, aglutinador de espacios, recuperador incansable, con una visión de juego brillante fue santo y seña para toda una generación. A los 33 años sus problemas de ciática lo apartaron del césped y lo devolvieron a la tierra. ‘Tonico’, el de Sueca, cambió la azada por el balón.
Mestalla tuvo varias panteras de ébano, uno de ellas fue Waldo Machado, entre 1961 y 1970 logró marcar 160 goles en 296 partidos. Felino, astuto, eficiente y obediente cara al gol, en el interior del área su fortaleza se agigantaba ante las asustadizas miradas de los defensores rivales. La otra pantera fue Salif Keita ‘el negre’. El de Bamako fue el primer jugador en ganar el Balón de Oro africano. Eso sí, al mejor Keita lo vieron en el histórico Saint Etienne francés, el gran Saint Etienne de los años 70. El fútbol champagne nació, brotó allí, a orillas del Ródano.
Mestalla ha vivido épocas de gloria, de un fulgor futbolístico que aún perdura en el imaginero popular por muchos años que hayan pasado.
Pepe Claramunt, el de Puzol, fue otro alquimista del balón, santo y seña dentro del valencianismo. Los mentideros futbolísticos, la tertulias al atardecer todavía dan lustre a su dilatada trayectoria dentro de la entidad.
Ricardo Arias, ‘Richi’, el bienquerido por todos, más de medio escudo es de él. Toda una vida de dedicación y entrega. Desde abajo, desde los arrabales hasta la zona noble. Alguien a quien vale la pena conocer. La vida no ha sido todo lo justo que él se merecía, pero unas veces por acción y otras por omisión Ricardo Penella Arias quedó en terreno de nadie. Su melena al viento, su porte erguido, mirada al frente guiando a sus huestes hasta la batalla final. El equipo descendió y él se quedó. ¿Puede haber amor más grande de un hijo hacia su madre?
¿Y qué decir de Mario Kempes?, el estandarte, el unicornio de esta historia de amores y pasiones. “No diga Kempes, diga gol”. Mestalla desmayadita de emociones, al borde del paroxismo por culpa de un rosarino eminentemente genial. Zurda adamantina, de golpeo seco, entre lo poético y lo estético. La avenida de Suecia frotándose los ojos ante tamaña gesta y los hercúleos rivales cayendo a su celestial paso.
Mestalla guarda con celo la gesta de sus héroes, de sus gladiadores más elocuentes y eminentes. Tardes de deleite y de degustaciones futbolísticas que hoy tanto se echan de menos.
Tendillo, el de Moncada ha pasado a la historia por ser parte viva de aquella esquizofrénica cábala combinatoria que mandó a la UD Las Palmas a Segunda División y mantuvo a los de la capital del Turia en 1º en aquella lejana Liga de 1983.
Luego fueron llegando y pasando Fernando, Vicente Rodríguez ‘el expreso de Benicalap, Albelda ‘Capitán Títulos’, David Silva, David Villa, Aimar, Claudio López, mientras atrás se habían ido quedando Juan Cruz Sol, Castellanos, Paquito, Roberto Gil. Rep, el holandés errante’, …
Y mientras la historia sigue fluyendo a las sombras de la Albufera, del ‘Miguelete’, de la Virgen de los Desamparados, de los arroces caldosos y de las fideuas de Gandía, de la pasión y devoción de Iván, mi hijo, por ‘su’ Valencia el gigante silencioso, el otro Mestalla, el esqueleto cuya osamenta reposa hace ya media eternidad sigue en silente y decadente postura. No hay ruido, no hay calor ni color, no hay nada. Frio, oquedades y olvido. ¿Cuándo se alzarán los centuriones y clamarán a voz en grito por una solución? ¿cuándo el Valencia CF tendrá un Estadio acorde y a medida de su historia y de su trayectoria? Mestalla, el vetusto, pide un relevo en condiciones. Pero mientras tanto él solo se vale para en un único y acompasado grito cantar gol, la quintaesencia de este bendito deporte llamado fútbol.
Diego de Vicente Fuente