el claret
11 mayo, 2023

La herencia del Claret (C.B. Gran Canaria)

Por redacción puntocomunica
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Dedicado y en recuerdo a mi hermano Nicolás con quien viví el baloncesto de forma apasionada. ¡Te pienso todos los días!

el claret

Acunado entre ventanas interiores de casas alzadas y con vistas a una cuadrícula imaginaria de un plano trazado con precisión milimétrica y a escala real , donde el sol mañanero daba de lleno, y aún da, en los rostros de aquellos, y estos niños, los de ayer y los de hoy se extiende “el sitio de mi recreo” que diría el genial e irrepetible Antonio Vega. Allí, en aquel patio y entre aquellos amaneceres isleños surgió la mejor de las odas al mundo de la canasta. La semilla la llevaba en el interior de su bolsillo izquierdo el Padre Antonio Domínguez, el hombre venido de lejos que encontró ufano acomodo entre la comunidad estudiantil de la época. Fue un hombre febril en todo lo que proyectaba y luego ejecutaba. Nada dejaba al azar, todo estudiado y luego realizado. Antonio Domínguez, transcurrido los muchos años que han pasado, sigue vigente, sigue presente entre todos aquellos que continúan embarcados en la aventura de la vida, muchos ya peinando canas y superados los setenta. Otros muchos se fueron quedando en el camino. La lista extensa e intensa. Los certificados de defunción superan ya a las partidas de nacimiento. Llega el invierno vital después de un bucólico otoño Shakesperiano a las sombras del Nublo.

Tras el balón trasiega, sotana alzada a la altura de los tobillos, sin llegar a las rodillas, lo justo para no darse de bruces contra el blanquecino suelo, el Padre Mariano. Aún me parece estar viéndole pegado a la banda izquierda, a unos centímetros escasos de la pared, dirección León y Castillo, dejando atrás el estanco Losall, dirección al mar. Corría como un poseso, desatado, coordinado mientras me pedía de forma repetitiva el balón. Diestro él, zurdo yo. Claretianos todos. Collage de mi infancia.

Entre las calles Obispo Rabadán, Canalejas y Tomás de Iriarte fluía la vida de la comunidad religiosa claretiana. Primero Corazón de Maria, más tarde colegio Claret. Luego llegó Tamaraceite pero esa ya es otra historia.

Y fue allí, en el triángulo mágico de las calles arriba citadas, donde el sonido repetitivo que hace el balón al botar se adueñó de todo. Poco importó que tres cuartas partes de aquella cancha fuera para el fútbol, poco importó que aquella cancha tuviera un suelo rugoso, que cuando caías las muescas quedaran adheridas a tus juveniles carnes. Entonces, por aquellos años, el umbral del dolor era alto, muy alto. Aquellas heridas siempre estuvieron bajo palio y nunca dejaron secuelas.

El romanticismo iniciático, el de los desplazamientos y los bocadillos costeados por el Padre Domínguez y los padres de los alumnos fue dando paso a otros objetivos de mayor calado. La Comunidad Claretiana creyó en la obra que comenzaba a germinar. Los cimientos estaban asidos de manera pétrea al suelo. Lo demás lo traería el tiempo. Primero monaguillo y ya luego deán catedralicio.

Y el tiempo pasó. Fueron apareciendo las primeras batallas ganadas, entre medias alguna dolorosa decepción, algún revés vital; llegaron los ascensos, el trasiego de jugadores; unos dejaron su sello, su impronta, otros contribuyeron, desde la honestidad y el trabajo sin tregua, a derrotar a los que perseguían, a los que anhelaban la presea del éxito, el baño de multitudes, las reseñas en los libros de Historia.

La cancha de Obispo Rabadán, clérigo tenía que ser, el Pabellón García San Román, donde Javier Imbroda y sus huestes cayeron con estrépito, el Pabellón de Tamaraceite, tan cerquita de las casas baratas, en el epigastrio de la vida mundana y sencilla, qué se lo digan a Miguel Ángel Ramírez, hoy Presidente de la U.D. Las Palmas. Aquel Pabellón que en los días de lluvia dejaba entrar y caer, sin pago de entrada alguna, sus gotas sobre el parquet. El Centro Insular de los Deportes, la guarida de los Guanartemes, el fortín del Atlante; allí, en la avenida marítima convivieron durante mucho tiempo la épica y la estética. ¿A qué sí Lisandro?

Hasta ahí llegué yo. Lo venido después, en el Gran Canaria Arena, fue, y ha sido vivido por otros. Hasta entonces los nombres de Antonio Domínguez, Eduardo Polo, Lisandro Hernández, Antonio Bermúdez, ‘Berni’ Hernández, Pepe Frade y Marisa Torres, los hermanos Palazón, Albert Burditt, Greg Stewart, Willie Jones. Manolo Hussein, ‘Falo’ Calvo, Pedro Montesdeoca, Jhon Morton,… nombres que permanecerán por y para siempre en el santoral amarillo.

Fueron tantos, y tan buenos, los que dieron lo mejor de ellos mismos para que el entonces Claret iniciara su andadura hacia la Arcadia baloncestística. La ingente tarea de un hombre adelantado a su tiempo, Antonio Domínguez tuvo su continuidad en su relevo natural, Pepe Moriana; el de Garachico vive ahora la vida inmerso en sus “tiempos muertos”; pero antes de todo esto lideró una auténtica revolución dentro del mundo de la canasta en la isla, fue un mayo francés baloncestístico.

El baloncesto como forma de vida, como razón de ser, como patología sin un diagnóstico claro ni una cura eficaz. La arteria mesentérica irrigando no sólo su estómago sino también su alma ‘canastera’. Pepe Moriana, el descubridor de talentos, el druida de la puerta atrás, el relevista incansable, el parnasianista de la canasta. El adalid, el demiurgo de los sueños de los tres segundos en la zona. El balón fue su absenta. Hoy la absenta ya es vino verde portugués, cosas de la edad.

La primigenia cancha claretiana permanece inalterable al pasar del tiempo y de los envites de la vida y de la historia. Allí, a los pies de aquellas escaleras donde nos hacían las fotos de principio de curso, allí donde el amanecer vital se magnificaba hasta cotas inimaginables, allí donde donde la liturgia asentó sus dominios por y para siempre. Pura delicia literaria. Amo a los Clásicos.

La cabina de Radio Las Palmas dio rienda suelta a mi pasional manera de entender este y otros deportes. ‘Berni’ Hernández que oteaba la costa mientras Albert Burditt, el ‘hombre de goma’, le susurraba a las estrellas ante la atenta mirada del isletero Manolo Hussein, antes ‘Pitufo’ que hijo de la ACB. Y entre los fieles e inolvidables testigos de todo ello mi hermano Nicolás, mi compañero de tantos partidos y de tantas vivencias, el hombre bueno, el pacificador de mis demonios internos. También anda por ahí Auyanet, incansable e impagable seguidor del equipo, blandiendo el pendón isleño, siempre vehemente, sobrexcitado, el piromano de la grada, el animador intenso. Ángel Turegano, Paz Talán, ‘Nacho’ Pinedo, Paco Garza, ‘Mamé’ Padrón, Agustín Medina, ‘Nano’ Morales, Pepón Artiles, Miguelo Montes, Pera Vila, Juanra Marrero, Enrique Moreno, el ‘marine’ Savané, Tamames, Berdi Pérez, él que llegó para unos meses y se quedó toda una vida; tantos y tantos nombres que forman parte del ‘roster’ desde aquellos tiempos donde la oficina, que no oficinas, del club estaba enfrente del desaparecido estadio Insular, el vetusto recinto de Ciudad Jardín.

La historia comenzó en una pequeña y acogedora cancha del colegio Corazón de María, el Claret, la historia se sigue escribiendo en tiempo real; la Eurocup es hasta ahora la cota más alta jamás alcanzada por las mesnadas isleñas, por las tropas ‘lakovianas’. La pluma obra, en estos momentos, en poder de los Albicy, Balcerowski, Inglis, Slaughter, Bassas, Benite, Brussino, Shurna, Salvó, Diop, Stevic, De la Torre, Mutaf, Carrera y Kljahc. Los amaneceres darán paso a los atardeceres y estos a los anocheceres, y allí abajo, al cobijo paternal del Atlántico, en el Sur de la isla, de mi isla, el poeta que le compuso una oda a la Fortaleza de Ansite, y a los sufrientes y yacentes aborígenes isleños compondrá otra a los hijos adoptivos del Padre Domínguez. Loas a los que ya no están pero estuvieron, loas a los que siguen engrandeciendo a aquel equipo que empezó siendo pequeño y hoy ha conquistado Europa de norte a sur y de este a oeste desde aquellas escaleras de piedra de la calle Obispo Rabadán. Cómo pasa el tiempo querida madre. ¡Sí, si tranquila qué ya entro al patio a recoger a Nicolás y vamos directos a casa!, ¡ah! y de camino saludaremos a Francis, estará por el bazar, cuanta ternura emana.

Diego de Vicente Fuente
[email protected]

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