13 abril, 2015

¡No pude despedirme! (Recordando a Jorge)

Por redacción puntocomunica
Share

¡No pude despedirme! (Recordando a Jorge)
Llevo ya varios intentos y todos me resultan estériles. Comienzo a escribir dos, tres líneas a lo sumo y de repente se hace el vacío, la nada y vuelta atrás, a la casilla de salida.

Me cuesta empezar, me cuesta escribir. Mi mente intenta ordenar las ideas, los recuerdos, muchos y variados recuerdos, pero una inmensa marea de pena lo anega todo convirtiendo mis palabras en papel mojado, en terreno baldío. Simplemente no puedo escribir, no puedo dar forma a todo lo que mi corazón desea decir. El dolor es mal compañero de viaje. Es visitante incomodo e indeseado. Llega, asola y luego, tras su marcha, deja toda clase de secuelas. Borrables unas, imborrables el resto.

¡Te has ido Jorge!, te has marchado entre ríos desbordados de lágrimas amargas y orillas maldicientes de rabia e impotencia. Te has ido dándolo todo, a golpe de riñón, con una cadencia de pedaleo digna de un gran campeón. Imbatible, que escribió tu hermano ‘Alex’. Sencilla y llanamente imbatible.

¡No pude despedirme! (Recordando a Jorge)En su momento escribí dos artículos, publicados ambos, sobre ti. El primero hace ya tiempo, cuando iniciaste esa maravillosa aventura llamada ‘Bike Center’. Eran tus comienzos, allá por septiembre del año 2006; allí, en la avenida de San Onofre, en Quart de Poblet. Desde la timidez y la humildad, infinita humildad, ganaste, primero, mi afecto, y luego mi amistad. Emprendedor, tenaz, leal, trabajador incansable y dotado de un maravilloso don llamado bondad. Nunca un mal gesto para con nadie, siempre presto y dispuesto a echar un mano a quien fuese. Sin horarios, y por encima de todo sin ambages ni dobleces. Eras lo que se veía, y sobre todo eras lo que dabas.

Mi segundo artículo fue hace tres años. El tiempo había pasado pero no las benignas sensaciones que desprendías a través de tu mirada diáfana y de tus gestos sencillos y sin estridencias. A ratos, a momentos, nuestra amistad fue creciendo exponencialmente. Entre cambios de orquillas o manetas me contabas tu penúltima aventura realizada y por extensión disfrutada. Denotabas una infinita timidez que luego, cuando te subías sobre la bici se transformaba en sana y trasmisible vitalidad.

Y ha sido la vida, ¡sí, la vida!, quien en un gesto incomprensible y a todas luces caprichoso te ha arrancado de cuajo de entre nosotros. Esa misma vida que te hizo fuerte ante las adversidades, que no fueron pocas, que desde siempre te intentaron medrar; esa misma vida a la que cada mañana citabas desde el inmenso patio interior de tu casa materna; ha sido ella, tan hermosa a veces, tan puñetera otras la que decidió, por su cuenta y riesgo, que tu tiempo entre nosotros se había acabado.

Luego apareció la enfermedad, la carrera contra el crono y contra todo lo que se fuera poniendo por delante. Y luego llegó la dura batalla contra el tumor que se aferró a tu cabeza con saña y virulenta malicia. Y luego llegó el protocolo a seguir en estos casos, y luego… ¿Qué vino luego? ¡Puff! Hablar de lo que sucedió después encoge el alma. Nadie está preparado para la muerte de un ser querido, nadie. Miente quien dice asumir lo inevitable, quién se junta con sus amigos y suelta, casi a hurtadillas, que tiene un mal incurable y que su tiempo se agota. Falta a la verdad quien se encomienda a su fe para dar salida a toda su rabia, contenida e incontenida. Nada vale, nada mitiga la desazón y el miedo que recorre el cuerpo. El mundo se abre ante tus pies y el desmorone es rápido y evidente. Nada ni nadie puede parar la caída.

La vida no concede treguas, ni el tiempo ayuda a ello. Juicio rápido, nada que apelar, exceso de razones que pudieran hacer pensar que la prorroga se concede. Error, ante la sentencia nada que recurrir. Ya la decisión la tiene tomada. Y es entonces; Y solo entonces cuando vida y muerte se juntan y en una horripilante bacanal se reparten el botín. Da grima ver como la una se alía con la otra y se ufanan de la pieza cazada. Vergonzante ejercicio de Nada, de mucha Nada, de Nada de Nada. Y de resultas de todo ello salen a relucir los grandes perdedores de esta cacería inhumana. Pierde el finado, pierden sus familiares, y en menor medida pierden los cercanos y los livianos de alma y espíritu. Por perder pierde hasta Dios.

¡No pude despedirme! (Recordando a Jorge)

Te nos has ido Jorge y se nos ha quedado cara de tonto y el cuerpo destartalado. Créeme si te digo que te recuerdo a diario, que siempre hay un momento en el día en que me asaltan algunos de los momentos vividos cerca de ti. Cierro los ojos y te veo en la tienda, cuando empezabas tu periplo laboral en solitario, primero, con Alex, después. Recuerdo nuestras conversaciones, amenas siempre, que una y otra vez giraban sobre el amplío y envolvente mundo de las bicis. Te oía, me oías. Contabas, te contaba. Reías, nos reíamos. Todo iba bien. Nada hacia presagiar el drama.

Me cuesta asumir y asimilar que te nos has muerto envuelto aún en rebozante juventud, me cuesta creer que la vida te robó todo el capital del que disponías; no entiendo todavía como no te amplió el disponible.

La vida no tuvo reparos en hacerte bajar de la bici y descalificarte para continuar repartiendo bondades y excelencias. La vida se volvió puta y perra, la vida se pegó un tiro en la sien. La vida se volvió loca de atar y se tiró desde lo alto de los acantilados de la ignominia y la crueldad. La vida se traicionó a sí misma y en un ejercicio de soberana estupidez se autoinculpó y se autoproclamó falsaria y desleal. La vida, en definitiva, dejó de ser vida.

Mi apreciado amigo, mi añorado Jorge, ‘Jorgito’ cómo yo solía llamarte, te nos has ido para siempre, ¿y cuánto es para siempre? , ¿Cuánto dura todo?, ¿y todo cuánto es? Ya no podrás cumplir aquel sueño de ser el mecánico de un equipo profesional, ya no podrás observarnos con tu mirada, una de las miradas más limpias y nobles que me he podido encontrar, ya se acabaron las locuras crepusculares, los anhelos íntimos, los besos tiernos y sumamente deliciosos con tus seres queridos. Se rompe la cadena de la vida, salta hecho añicos el descarado y permisible deseo de vivir hasta revivir, de levantarse tras caer, de proseguir tras tropezar y darte de bruces contra el duro y alquitranado asfalto que es y representa la vida, esta vida, nuestra vida.

Jamás me hubiese imaginado verme frente al ordenador escribiendo estas luctuosas líneas. Jamás mi apreciado amigo. Y una vez escritas no sólo no me siento mejor sino que el dolor es aún más arraigado y más hiriente. No sé donde tengo mi umbral, tampoco me apetece saberlo. Ese conocimiento no mitigaría en nada lo que ahora padezco, lo que ahora siento.

Hasta siempre Jorge, hasta que nos volvamos a encontrar, hasta que un buen día nos veamos en cualquier curva de cualquier carretera de por ahí para seguir pedaleando a ritmo y con una buena cadencia, la mejor de las cadencias. No pude despedirme de ti entonces, y tampoco lo hago ahora. Imbatible.

Diego de Vicente Fuente
[email protected]

Print Friendly, PDF & Email