José Juan Gutierrez Déniz con el equipo
22 septiembre, 2017

El Mencey de Anaga (José Juan Gutiérrez Déniz)

Por redacción puntocomunica
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«Estaremos eternamente agradecidos y orgullosos por sentirte parte de nuestros diablos amarillos«.
Paco Ramos (empresario y amigo de José Juan)


Valencia, 22/09/2017, Diego de Vicente Lafuente
Las espesas brumas del tiempo no han hecho olvidar que mucho antes que ahora existió otro equipo que será siempre eterno y duradero. Un equipo de leyenda y para la leyenda. Irrenunciable, irrepetible, envolvente, y por encima de todo, inolvidable.

Oregui, Aparicio, Tonono, Martín II, Castellano, Guedes, León, Gilberto II, José Juan, Germán y Gilberto I.

Hubo un tiempo de Menceyes ungidos por un áurea que rayaba lo mitológico. Herencia eterna recogida de nuestros ancestros. Literatura y liturgia a partes iguales.

Cuenta la historia que los nueve hijos de Tinerfe ‘el Grande’ se repartieron la isla de Tenerife, tras la muerte de éste, en nueve menceyatos, todos ellos independientes y con sus propios usos y contumbres. Tiempo entroncado en otro tiempo, historia viva de un pueblo que blande con orgullo todo lo que ha sido, es, y será. Nadie quiere olvidar, nadie rehuye ni rehusa de su pasado heráldico, y por ende nobiliario. Intrahistoria dentro de la propia historia.

José Juan Gutierrez DénizJosé Juan Gutiérrez Déniz nació en Santa Cruz de Tenerife un 12 de mayo de 1941. Su infancia transcurrió en el barrio María Jiménez, antigua posadera de la zona, también conocido como El Bufadero. José y Nieves, sus padres, veían que aquel imberbe muchacho perseguía con denuedo y enfermiza pasión el balón. Ricardo III imploró » ¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo! «. José Juan cambió el caballo por un balón.

Entró en edad infantil en el Mestalla, filial del su homónimo valenciano, en la calle Alvarez de Lugo. Luego, ya en juveniles, fichó por el histórico y ya centenario Real Unión. Luis Guiance Abreu, historia viva del club, lo reclutó para su causa. Alternó el juvenil con el equipo regional. Se despojó pronto de su traje de niño para vestirse de hombre. Corrian los albores de los años 60.

De aquel club salieron jugadores ilustres como Gabriel Jorge, Eleuterio Santos, Agustín Sánchez, Álvaro Hernández,…El esplendor de aquellos años dio paso a otro tiempo de decadencia, pero jamás se bajaron los brazos ni se permitió a nadie desfallecer lo más mínimo. 102 años son muchos años, el ‘Fomento’ los lleva bien.
Luego llegó el CD Tenerife. José Juan llegaba al equipo señero y puntero de la isla picuda, el equipo de su tierra. El ‘Heliodoro Rodríguez López’ lo disfrutó, no todo lo que pudo, y sobre todo, no todo lo que él mereció. El periodo militar lo cercenó, deportivamente hablando, por culpa del Teniente General Ramón Gotarredona Prats. La estancia del ‘Tete’ en Primera apenas la olió. ¡Lástima! Pero el destino, siempre caprichoso y dueño de sus acciones y omisiones, le tenía preparado una grata sorpresa.

Partido de Copa del Generalísimo, dieciseisavos de final, en la temporada 64/65. El partido eterno. Se tuvieron que jugar cuatro para determinar el vencedor. En el ‘Insular’ la Udé ganó 2-0 y en la vuelta un extraordiario José Juan se bastó y sobró para igualar con dos goles la eliminatoria. Aquel día el santacrucero jugó tras haber estado quince días escayolado por una fisura en su tobillo izquierdo. Aquel día él quiso jugar y jugó. Mandó que le retiraran la escayola, le pusieron un vendaje bien asido a su tobillo renqueante y saltó al Heliodoro dispuesto a bregar hasta caer; pero no, no cayó; la instantánea que existe al acabar el partido de un José Juan extenuado junto a Rogelio, el masajista, forma parte de la historia en blanco y negro del tinerfeñismo más íntimo y pasional. Luego le siguieron dos encuentros más; y fue en el cuarto donde un gol de Antonio Collar decantó la eliminatoria del lado amarillo.

El Mencey de Anaga‘, tras aquella exhibición, acabaría recalando en la Udé en el año 1966. 115 partidos de Liga, 11 de Copa, 32 goles en las cinco temporadas que permaneció en el equipo amarillo. Vivió una de las épocas más lustrosas de la entidad, y compartió vestuario con jugadores excelsos que aún hoy perviven en el imaginero popular de una afición que vuelve a sonreír.

El consejero e historiador de la UD Las Palmas, Antonio de Armas dijo de él que «no era una estrella rutilante, pero si una luz permanente«. Acertadas palabras de un orador versado, de un escritor siempre vigente y presente. El tiempo magnificará la figura, elegante y señorial, del cronista isleño. No se le ha hecho justicia al bueno de Antonio.

Delantero orgánico, temperamental, luchador, jugador muy querido dentro de la afición que lo tiene incluido dentro del santoral amarillo. Destacaba en el juego áreo sin desmerecer otras facetas del mismo. Delantero bregador, sobrante de pundonor, pétreo, rocoso, se adhería al campo con una fuerza casi hercúlea y de allí no había quien lo echara. José Juan, el hombre; José Juan, el jugador.

51 años después de arribar por vez primera al ‘Insular’ le llegó el merecido y reconocido homenaje. No pudo ser en el aquel terreno legendario ubicado en el capitalino barrio de las Alcaravaneras. El campo de mi infancia, de mi juventud, de mis inicios radiofónicos, de mis narraciones orgiásticas. El vetusto recinto de Ciudad Jardín se guardó para sí, como una esposa fiel, todos los avatares que allí se dieron. La insignia de oro y brillantes que recibió rodeado de los suyos le llenó de emoción y alegría.

También la recibió a titulo póstumo otro grande, otro santacrucero, del barrio del Toscal, todo bonhomía e infantil y timida inocencia: Justo Gilberto, Gilberto II, ‘El Mango’ fue un corazón henchido y un hermano para José Juan. Compañero de habitación y aviones, amigo, confidente, consejero; el destino, esta vez en su versión oscura y descarnada, quiso que el bueno de Justo Gilberto falleciera el 12 de mayo del 2012, día del cumpleaños de José Juan. Por cierto, Miguel Concepción Cáceres, el palmero impasible, el vigésimo quinto presidente de la entidad blanquiazul, osó denigrar y mancillar su recuerdo retirando el pase de temporada a su hijo al mes de fallecer Justo. A él, a quien se dejó la vida y el alma en su querido CD Tenerife. A quien trabajó de todo y para todos, y siempre con esa bonachona sonrisa que le acentuaba su socorrona canariedad. Otro Mencey, otro estoico, otro inolvidable y perdurable diablo amarillo.

Hoy José Juan, a sus 76 años, mantiene erguida su osamenta y conserva el porte señero. En la sureña localidad de Abades, en su Tenerife natal, disfruta y se empapa de la vida junto a los suyos. Atrás quedaron las tardes del gloria, los goles a ras de suelo, los remates dibujados en el aire, los garabatos en el área, los aplausos y los enloquecedores y envolventes chillidos provenientes de una grada desatada, rozando, y casi tocando, el delirio.

Atrás quedan más de 30 años trabajando al margen del fútbol pero sin dejar de seguirlo y disfrutarlo. José Juan, el ‘Mencey de Anaga’; la extirpe de los guerreros aborigenes permenece inasequible al desaliento y sobre todo al pasar del tiempo. En Candelaria, en la rambla de los Menceyes, y desde el 13 de agosto de 1993 las figuras en bronce de Acaymo, Adjona, Añaterve, Bencomo, Beneharo, Pelicar, Pelinor, Romén y Tegueste cubican y protegen el sueño eterno de una isla dominada y conquistada por el padre Teide.

Menceyes quiescentes y silentes, sucesores de las antiguas figuras esculpidas en piedra volcánica que el pasar del tiempo junto a la labor silenciosa pero devastadora de la salitre las fueron erosionando. Los Menceyes, los garantes, los custodios de toda la herencia aborigen que alimenta y enriquece a un pueblo y a sus gertes. A las figuras del artista lagunero José Abad deben de unirse la de dos Menceyes más, Justo Gilberto González Exposito y José Juan Gutiérrez Déniz. » Ahul fell awen imidawen» («Saludos compañeros y amigos» en amazing, antigua lengua canaria).

 

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