Crítica «Romería» de Carla Simón: desvelar lo oculto
¿Cuánto sabemos realmente de quienes eran quienes nos han traído al mundo? Es una pregunta que ya ha rondado al cine en ocasiones como la de Aftersun (con quien no debe compararse pero convergen en el tono autobiográfico y melancólico sobre la memoria en torno al padre/madre), aunque esta vez hay una vuelta alrededor de ella : ¿los resquicios de información que podamos tener son un facto como quien establece el carácter líquido del agua o están enrevesados, más bien velados?
Con esa premisa y un título bellamente reflejado ,Carla Simón va hilvanando una historia que se encarna a si misma como un viaje hacia lo más sagrado que puede contar como cineasta : el trazado de sus orígenes. Su obra se compone de su propia historia y experiencia vitales, pues con tan solo 5 o 6 años de edad quedó huérfana debido a la epidemia del SIDA que afectó a sus padres, trasladándose a Cataluña después de ser adoptada por sus tíos maternos.
El filme narra el momento en el que, habiendo cumplido 18 años, decide ir a Galicia, donde se encuentra su familia paterna, con el fin de que puedan firmarle unos papeles necesarios para una beca y así poder estudiar cine. Ambientada en el año 2004,Marina,interpretada por Llúcia Garcia en un debut vibrante, se embarca hacia la costa atlántica con una cámara y una necesidad ontológica de atender la llamada de mirar de cerca quienes fueron sus padres: no tanto con ella, sino como personas jóvenes, enamoradas y en relación con el resto. Con unas actuaciones dotadas de una intimidad y naturalismo propias tanto del género como de la historia que quiere transmitirse, la curiosidad de Marina se expresa mediante una gran parte de observación silenciosa que permite conocer la mirada y prejuicios de los otros. Esto se complementa con la voz en off leyendo el diario de la madre con imágenes superpuestas del Vigo de los 80:enraizadas en el mar, la navegación y el paisaje urbano; una constante búsqueda de un punto cardinal donde puedan empezar a cobrar sentido sus preguntas.
El carácter del filme tanto narrativo como documental hacen del tiempo una circularidad manifestada en el constante uso archivístico y la palabra transmitida por el recuerdo, una tensión entre lo dado por hecho y lo que lo cuestiona .
En una estructura de capítulos presentada cada vez con una pregunta, Marina va investigando diferentes facetas según lo que cuenta cada miembro de su familia paterna que va conociendo, encontrándose desde contradicciones que desatan una crisis existencial, como el fallecimiento de su padre cuando ya había nacido y no antes y el hecho de que no estuvo con ella, hasta el estigma de la enfermedad ilustrado inocentemente por los primos más pequeños: “Mi madre dice que no podemos tocar tu sangre” o “¿estás enferma?”. También se encuentra, viniendo de los primos con los que más cercanía adquiere, con la confirmación de que a su padre le escondían en una habitación para que nadie le viera. Todo esto se entiende plenamente con la visita a sus abuelos por primera vez. De posición acomodada y celosa de las apariencias, su abuela la ignora y solo lanza el reproche de que debería haberlos visitado alguna vez, y él evita cualquier pregunta o situación comprometida, compensándole con respecto a sus primos cuando le da un sobre con mayor cantidad de dinero.
El realismo de las escenas entre familiares se sostiene por sí solo y es una de las piedras angulares de esta película. El silencio siempre pesa en la mesa cuando sale a relucir la existencia de los padres de Marina y los términos en los que la vivían, tanto para sus propios padres; los abuelos de Marina, como para algunos hermanos; sus tíos. Ella es también una outsider y carga implícitamente con ese legado de la vergüenza, pero persiste en descubrir la memoria empañada que cada vez está más enmarañada.
El fantasma de la droga está brillantemente presente desde esos años 80 marcados por la heroína hasta un 2004 donde fumar marihuana ocasionalmente entre amigos es visto como algo social, juguetón y con la mirada condescendiente hacia los de una generación pasada, creyéndose por delante de cualquier control de la sustancia sobre ellos. A pesar de eso, Marina es ajena a una dinámica de gente que sigue participando entre alcohol, tabaco y drogas blandas.
Durante el tercer acto de la película, la cinematografía muta a una imagen con una textura y un color más analógicos, propios de un recuerdo o un sueño lejano. En este episodio onírico, Marina tiene la posibilidad de acercarse de frente a la historia de sus padres que le dicen: “No estábamos muertos, estábamos escondidos”. No hay mirada tergiversada de otros, sino un ejercicio de restablecer y significar por fin la memoria. La historia de como dos jóvenes en su Edén idílico son expulsados del paraíso y descienden al inframundo. ¿Realmente esto ha sucedido, es un esfuerzo de su imaginación o su interpretación?
Existe una escena que podría haber sido mucho más potente si hubiera habido un mejor enlace con el resto del episodio para que explotara de manera grandiosa pero la elección del tema musical y lo simbólico compuesto por la leyenda y el folklore junto con la memoria histórico-social de nuestro país, lo excusa. Cobra sentido cuando miran una foto antigua de grupo en la actualidad y ven que ya casi nadie vive.
La principal peregrinación se completa, hay un sentimiento de cierre de la quimera de la protagonista cuando logra establecer legalmente algo que dignifica y reconoce el honor que supone marcar el origen. Aunque queda en el aire una sensación de que Marina todavía tiene otro mundo en el que poner todavía el pie. Se siente el inicio de una etapa donde entrará con una perspectiva y un sentido de si que por crudos que sean le otorgan claridad y una mirada hacia el futuro.
PUNTUACIÓN: 4’5/5 ESTRELLAS