17 abril, 2013

Editorial Planeta publica ‘Mamás perfectamente imperfectas’

Por redacción puntocomunica
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Editorial Planeta publica 'Mamás perfectamente imprefectas'Madrid, 17/04/2013
Mamás perfectamente imprefectas‘, publicado por Editorial Planeta,  es un manual lleno de sabiduría y humor sobre el oficio de ser madres (y padres) de adolescentes, escrito por dos profesionales con una larga experiencia sobre el terreno en las relaciones padres-hijos.

Para que no te vuelvas a sentir culpable
¿Cuántas veces habremos oído aquello de que “madre no hay más que una”? ¿Cuántas lo habremos pensado mientras nos empeñábamos en ser la madre ideal? Pues he aquí un libro que parte de la premisa contraria: hay madres de todo tipo. Las que se pasan horas en la cocina y las que encargan una pizza; las que trabajan fuera y las que lo hacen dentro de casa; las que abrigan a sus hijos para que no se enfríen y las que los desabrigan para que desarrollen sus propias defensas…

Y está bien que sea así, porque no hay una sola manera de hacer bien las cosas, sino varias, o incluso muchas. De esta manera arranca el libro escrito por Diana Guelar y Andrea Jaúregui: desmitificando ese modelo que comúnmente se entiende por “una buena madre”, un ideal que, dicen ellas, por su exigencia extrema, nos hace sentir culpables a la primera de cambio.

El presente libro tiene como objetivo que las mujeres dejemos de medirnos con ideales absurdos que nos hacen sentir incompetentes, culpables y llenas de dudas. Ya es hora de que nos aceptemos como seres imperfectos. La flexibilidad y la tolerancia nos ayudarán a salir de un terreno conocido para encontrar nuestro propio estilo de madres.

Guelar y Jaúregui se califican, con humor, como “mujeres que rondamos los 50 años”. La realidad es que además de eso, ambas son profesionales con mucha experiencia, tiempo que han empleado, entre otras actividades, en trabajar con padres, madres e hijos, y saben bien lo difícil que resulta criarlos y educarlos hoy en día. Encontrar un criterio apropiado para cada ocasión, ponerles límites sin quedarse cortos ni pasarse o, simplemente, establecer una buena comunicación con ellos, puede resultar un rompecabezas, y muy especialmente en ese territorio llamado adolescencia donde, a menudo, madres y padres tenemos la sensación de haber perdido el mapa.

Las autoras han querido huir del manual pretencioso lleno de consejos. Su propuesta consiste más bien en la reorientación del papel de la madre en el mundo actual y en la llamada de atención sobre determinados comportamientos poco acertados que, al ser tan repetitivos, se han vuelto invisibles, para los que van dando soluciones a través de un discurso reflexivo y experto.

El libro está dividido en cuatro partes. En la primera, se repasa cómo se ha ido transformando con el tiempo el concepto de madre y cómo ha ido evolucionando su papel; en la segunda se analiza cómo se generan los problemas, por qué muchos de ellos se terminan haciendo crónicos y de qué manera podemos prevenir que esto suceda; la tercera se destina a la reflexión sobre los ideales y conflictos de las madres en el complejo contexto actual; y en la última parte se efectúa, con una mirada no exenta de humor, un repaso a los errores más frecuentes de las madres y se normalizan algunas conductas erróneas en las que solemos caer cuando, paradójicamente, nos esforzamos demasiado por hacer bien las cosas.

Hay una quinta y última parte denominada “Mapa de rutas”, donde se resume todo lo expuesto de una manera muy útil y a la vez divertida, y que constituye un ingenioso recurso de consulta rápida para momentos de crisis o urgencia.

El resultado es un libro muy revelador y cercano en el que las madres se verán reflejadas, comprendidas y apoyadas en la difícil tarea de criar y educar a los hijos en el cambiante mundo de hoy.

Algunas líneas argumentales importantes en el libro:

☼ Falsos mitos

El del instinto maternal
Frente al mito de que el instinto maternal le viene dado a todas las mujeres, las autoras argumentan que esta afirmación no está probada científicamente. Es cierto que hay hormonas que juegan un papel, pero no son determinantes, ya que no todas las mujeres sienten necesidad de tener hijos. Las autoras se inclinan a pensar, por el contrario, que se trata de una construcción cultural. La consecuencia de esto es la aceptación de que cada madre es única y, por ello, existen miles de opciones posibles para ser buenas madres, y no solo una, como nos quieren hacer creer.

El del amor y entrega incondicionales
El amor y la entrega incondicionales son dos ideas peligrosas, porque nos llevan a medirnos con una vara tan alta que nos crea un sentimiento de culpa en aquellas ocasiones en las que no nos sentimos satisfechas o felices en nuestro papel de madres. Nadie puede ser abnegada siempre, estar continuamente de buen humor o tener todas las respuestas a los problemas o las dudas que plantean los hijos. La única salida a esta trampa es que aceptemos nuestra imperfección con naturalidad.

El de la herencia familiar
Ésta es una cuestión en la que el saldo puede ser tanto positivo como negativo. Pero, en cualquiera de los casos, los valores que heredamos están tan arraigados que muchas veces se vuelven invisibles, y ello puede llevarnos a repetir modelos no deseados. Por eso es conveniente analizar de dónde vienen los valores que transmitimos y si verdaderamente estamos de acuerdo con ellos; y una vez hecho el análisis, luchar por ser nosotras mismas y practicar la flexibilidad para cambiar de rumbo cuando vemos que algo no funciona.

☼ Problemas

¿Qué es un problema? ¿Cómo surge? ¿Por qué a veces se forma con ellos una bola de nieve que crece y crece? ¿Cómo es posible que en ocasiones se mantengan durante tanto tiempo sin resolverse? Las autoras responden a estas cuestiones al tiempo que proporcionan herramientas para evitar conductas repetitivas que lo único que consiguen es crear círculos viciosos de los que es difícil salir.

Las situaciones más comunes son descritas aquí. Algunas de ellas: Malas notas, palabras displicentes, los horarios nocturnos de regreso a casa, la pesadilla de los cuartos-leonera, los “ponte a estudiar” y la queja universal de “cuando les conviene, me tratan como si fuera mayor (…). Cuando no les conviene, me tratan como si fuera un bebé”. ¿Quién no ha vivido alguna de estas circunstancias?

La buena noticia es que los problemas sí se pueden resolver. Y el mecanismo que puede empezar a cambiar las cosas es relativamente sencillo: si la solución que aplicamos no funciona, hay que cambiar de manera de actuar.

A este primer paso hay que añadir un segundo, que consiste en evitar algunas distorsiones (en las que la mayoría de los padres caemos), que no sólo nos amargan la vida, sino que deterioran el vínculo padres-hijos y limitan las posibilidades de cambiar.

He aquí la lista, que los lectores hallarán excelentemente desarrollada punto por punto: Negar el problema; culpar a los demás; culparnos a nosotros; tener unas expectativas exageradas; creer que un contratiempo es un desastre o, por el contrario, no darle la debida importancia; prestar mayor atención a las cosas negativas que a las positivas; no darles el tiempo necesario para que los hijos vayan madurando; pensar que la única opinión válida es la nuestra; dar por hecho determinadas ideas sobre ellos; querer resolverles la vida siempre; rechazar u ocultar nuestros legítimos sentimientos negativos; descalificarles continuamente; dramatizar; sermonear; controlarlo todo; comparar… la relación de desaciertos que tenemos los padres con nuestros hijos es amplia. Pero no hay que dramatizar. Detectarlos y tratarlos con humor y una visión alternativa a la habitual son las mejores armas para erradicarlos.

☼ Adiós a la maternidad que conocieron nuestras madres

Las autoras evocan con humor el mundo tal como era en su infancia. Cuando en el colegio les pedían que pintasen a la familia, casi todos los niños retrataban a su papá, su mamá y sus hermanitos. También podían entrar abuelos y las mascotas de la familia.

Hoy, ¿qué pintan nuestros niños? El concepto de familia se ha flexibilizado enormemente, y en la actualidad conviven muchos modelos de familia diferentes. Por eso se dedican varios capítulos a hablar de los desafíos de las madres de hoy. No es lo mismo criar a los hijos sola, que con un segundo compañero, que ser madrastra de los hijos de nuestra pareja, que tener hijos en común tras nuevas uniones y convivir con hijos de uniones anteriores. De modo que todas las madres se verán reflejadas y acogidas: las madres solas, las “ensambladas” (la convivencia de hijos propios y ajenos), las madres ausentes, las madres adoptivas, las que tienen hijos enfermos, las que trabajan fuera de casa… cada una de ellas con sus ventajas y dificultades, con sus características propias y su lucha particular frente a ellas mismas y la sociedad.

Una cosa hay, sin embargo, que todas deben tener presente: los problemas que puedan surgir en la adolescencia no necesariamente dependen de la condición familiar. Y sea cual sea el desafío personal al que nos enfrentemos, el mensaje de las autoras es “invitarlas a mecerse en un abrazo solidario”, ya que lo que sí es seguro es que todas hacemos las cosas lo mejor que podemos. Está bien que queramos mejorar, pero sabiendo y aceptando que nunca seremos perfectas.

☼ Todas nos equivocamos, pero eso también tiene solución

Los últimos capítulos del libro se dedican a hablar de algunos errores típicos de las madres desde una mirada con humor y en la que no cabe la culpa.
Las madres controladoras, las perfeccionistas, las madres cómplices, las que compiten y las que se apropian de los problemas de los hijos con el ánimo de resolverles la vida (el famoso “mi niño no me come”) tiene aquí su lugar específico en el que se brinda apoyo, comprensión y una serie de reflexiones muy inteligentes que nos ayudarán a recuperar el placer de ser madre.

Madre controladora (o GPS)
Está obsesionada por el control, y se agota ella y agota a los demás. Trata de solucionarlo todo, con lo que el hijo o la hija se sienten perdidos cuando empiezan a tener que tomar sus propias decisiones. Su manera de manifestar su amor es mediante la sobreprotección.

Esta madre tiene que aprender a dejar un poco el control y a respetar la privacidad de sus hijos. Darles espacio para que se desarrollen y establecer tratos basados en la confianza mutua, en los que madre e hijo/a cedan cada uno un poco.

“¿Dónde se ha visto un director técnico corriendo codo a codo con un jugador mientras le grita en el oído hacia dónde tiene que mandar el pase o a qué adversario tiene que marcar? Cuando los jugadores salen al terreno de juego, el trabajo del entrenador ya ha terminado”.

La frase: “Para obtener el control es necesario perderlo”.

Madre perfeccionista
La perfección es una trampa. Queremos lo mejor para ellos, pero ese afán, cuando es excesivo, puede conducir al fracaso o la decepción. ¿Es necesario que los hijos sean perfectos, que lo hagan todo bien? Es deseable estimular a los hijos y ayudarles a vencer sus dificultades. Lo malo es cuando les pedimos demasiado.

Las mamás perfeccionistas deberían poner el foco no tanto en los resultados como en el proceso; flexibilizar la mirada para contemplar a sus hijos como son, no como quisiéramos que fueran; respetar sus intereses, habilidades y limitaciones, tomando cada logro como un motivo de celebración y cada fracaso como una oportunidad para aprender a hacer las cosas de una manera diferente.

“Lo único que les pedimos a nuestros hijos es que hagan lo que se espera de ellos, ¿no? (…) Lo que espera, ¿quién? Pues, todo el mundo. ¿Y quién es todo el mundo? Pues todo el mundo: los padres, los abuelos, los amigos, los vecinos, el país, la sociedad, todo el mundo. ¿Y nosotras? Nosotras, también, obvio. ¿Y qué es eso que nosotras y todo el mundo esperamos de los niños y los jóvenes? Pues cosas normalísimas como que tengan modales en la mesa, que estudien, que sean educados, que hagan deporte…”

La frase: “Cuando el foco está en los resultados, y no en el proceso, todos perdemos”.

Madre cómplice
Es la que quiere ser la mejor amiga de sus hijos. Pero con la mejor intención de ser “simbiótica”, es posible que se termine transformando en “parásito”, y pasar a “alimentarse” de sus vidas, de sus estilos, de sus amigos, de sus costumbres.

Esta mamá tiene que tomar conciencia de que los adolescentes necesitan compararse con un modelo distinto a ellos, más adulto, más sabio, capaz de guiarlos y protegerlos, que no es lo que obtienen cuando actuamos como sus pares.

“A veces, ser madre es estar ahí para que los hijos se peleen con nosotras, para que nos discutan, para que tenga alguna persona a quien ocultar sus secretos”.

La frase: “Por el bien de nuestro hijos, no podemos darles el lujo de gustarles siempre”.

Madre que compite
Vivimos en una cultura obsesionada con la juventud y la belleza. No es extraño, por tanto, que los temas del cuerpo y la edad puedan llegar a convertirse en una especie de lucha entre madres e hijas. Un problema añadido es que no nos permitimos tener “envidia” de nuestras hijas, de sus cuerpos tonificados y sus pieles perfectas. Entonces aparece la culpa y ocultamos y negamos estos pensamientos perturbadores.

Aceptar que efectivamente estamos compitiendo, aunque no queramos, con nuestra hija, “nos permitirá hacernos responsables de cambiar algunas conductas específicas que están jugando en contra del bienestar emocional de los hijos y embarullando nuestra relación con ellos”.

La frase: “¡Cómo nos cuesta asumir que a veces tenemos sentimientos negativos con respecto a nuestros hijos!”

Madre que se apropia
Para esta madre, todo lo que les pasa a sus hijos es de ella. No existe para ella límite entre sí misma y sus retoños, y le cuesta reconocer que el hijo es otra persona. Para los hijos, esto puede ser muy perturbador. Cuando nos apropiamos de lo que les sucede a nuestros hijos estamos robándoles su derecho a sentir sus propias emociones y entorpeciendo su capacidad de desplegar sus propios recursos.

La mamá “que se apropia” tiene que esforzarse por ser consciente de que no podemos evitar que nuestros hijos sufran ni que se equivoquen.

“Sí podemos estar ahí para ellos, interesándonos genuinamente por lo que les pasa, escucharlos y ayudarlos a identificar y tolerar sus emociones”.

La frase: “Los logros de los hijos tienen que medirse con la vara de los hijos, no con la de los padres, y satisfacer sus propios sueños, no los nuestros. Y es bueno que ellos puedan reconocer las diferencias”.

☼ MAPA PARA NO PERDERSE

La “propina” del libro es un “mapa de rutas” integrado por una serie de preguntas destinadas a prevenir la creación y la persistencia de los problemas y por una utilísima lista esquemática de situaciones y soluciones que se ve rápidamente y que extracta todo lo tratado anteriormente bajo la fórmula de poner en una columna la actitud o la frase habitual y al lado la fórmula mejorada: “si mi conducta es sermonear… puedo decir: ¿no sería más útil escuchar y hacer preguntas?”, o “cuando digo ‘cuando yo tenía tu edad’… puedo decir: cuéntame cómo te afecta esto a ti”.

Como parte de la investigación del libro, las autoras afirman haber realizado decenas de entrevistas con madres de todas las edades y condiciones, y también haber consultado con hijos e hijas acerca de qué es para ellos una buena madre. También confiesan haber dudado mucho antes de elegir los títulos de los capítulos que se refieren a los errores de las madres, y al final optaron por elegir la manera de más fácil identificación “en una búsqueda rápida con el dedo corriendo sobre el índice del libro”, conocedoras sin duda de que el tiempo de una madre vale oro.

En definitiva, una obra muy completa que aborda con humor y sabiduría los problemas de siempre desde una perspectiva diferente y da las herramientas necesarias para resolverlos de una manera creativa y eficaz.

Acerca de las autoras
Diana Guelar es licenciada en Filosofía, sección Psicología, por la Universidad de Barcelona. Fue becaria Fulbright en el Mental Research Institute de Palo Alto, donde se formó en terapia sistémica y estratégica. Fue cofundadora y directora del Centro de Terapia Breve de Barcelona y actualmente es codirectora del centro de atención y prevención para jóvenes y adolescentes La Casita, en Buenos Aires. Ha publicado, en colaboración con Rosina Crispo y Eduardo Figueroa, Trastornos del comer. Terapia estratégica e intervenciones para el cambio y Anorexia y bulimia: lo que hay que saber. Con Rosina Crispo publicó Adolescencia y trastornos del comer y Adolescencia, manual de supervivencia para padres e hijos. Los chicos del exilio. Argentina (1975-1984), escrito en colaboración con V. Jarach y B. Ruiz, cuenta las historias de los adolescentes argentinos que tuvieron que dejar el país durante la última dictadura militar.

Andrea Jáuregui es licenciada en Historia de las Artes por la Universidad de Buenos Aires, donde también estudió Letras y ejerció como docente e investigadora. De esa experiencia nacieron diversas colaboraciones en publicaciones como Historia, arte, cultura: de Aby Warburg a Carlo Ginzburg, Historia de la vida privada en Argentina y Nueva historia argentina. Arte, sociedad y política. En los últimos años se ha interesado por la investigación de los patrones de pensamiento y comunicación, y en 2008 obtuvo un máster en Programación Neurolingüística. Es ensayista, narradora y poeta. En la actualidad coordina talleres de escritura creativa, comunicación estratégica y liderazgo.

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