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24 febrero, 2023

La mejor de las herencias (Modas Carrillo)

Por redacción puntocomunica
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-”Solo la semilla que rompe su cáscara es capaz de atreverse a la aventura de la vida”.

-Khalil Gibran-

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Hubo un tiempo, ya remoto y casi perdido entre las brumas de la historia, que Valencia vivió mil vidas en una, y todas ellas fascinantes y rebosantes de ornamental riqueza. Valencia la decente, Valencia la indecente, la querida, la malquerida. Hubo un tiempo en que Valencia fue romana, musulmana y cristiana, también fue republicana; y hasta la llegada de la Copa América desoyó al mar, viviendo de espaldas a él. Tamaña ignominia fue corregida, fue subsanada y hoy los valencianos de intramuros y extramuros son cubicados con candor y color por el titán marino que los mima con celo maternal. Los hijos que vuelven a la ‘mare’ y al ‘pare’.

Hubo un tiempo en que Valencia fue un reino de Taifa, allá por el año 1010 a partir de la escisión del califato de Córdoba. Tuvo que llegar Jaime I a lomos de su brioso corcel para devolver a la ciudad su status y su soberanía. Grande Valencia. Excelso el ‘conqueridor’. Ambos hechos y rehechos entre ayes y lamentos, entre gozos y sombras. La literatura, el arte, la estética, la plástica, todas rendidas a la causa.

Hubo un tiempo en que los colores de Joaquín Sorolla eclosionaron en la arena de la playa de la Malvarrosa dotándola de un fulgor electrizante mientras realizaba un ‘paseo por la playa’; en paralelo, Vicente Blasco Ibáñez ondeaba enloquecido el pendón de la República ‘entre naranjos’ y cerca de ‘la barraca’. ‘Homes indultats’.

Aquel tiempo pasó y hoy aquellos aconteceres dormitan en los libros de historia para todos los que sientan el deseo y la curiosidad de realizar un viaje en el tiempo, un viaje al origen de todo. Viaje orgiástico a la génesis literaria y cultural.

Año 1973, aún los caminos para llegar a Valencia capital son de tierra, las distancias entre las poblaciones del extrarradio con la gran urbe parecen siderales. Hace bien poco que la acequia Favara, por su ramal izquierdo, ha quedado soterrada por el tramo que atraviesa la calle Brasil en el popular y populoso distrito de L’Olivereta (en español: El Olivito). La vida entonces era bien diferente a la actual, incluso las relaciones sociales tenían un regusto diferente. Y fue allí, en ese barrio, y esa calle donde Pedro Carrillo Sánchez levantó su negocio familiar. Él, que tenía un buen trabajo, una bien ganada fama, fama adquirida a través de sus convicciones y su manera de tratar a la gente, con cinco hijos, tres niñas y dos niños, todos en edad muy temprana, imberbes mozalbetes, asumió todo el riesgo del mundo y se lanzó a la aventura; y junto a él su mujer, Maruja, su apoyo, su báculo, su confesora espiritual, su eterna compañera.

Pedro abrió una tienda de ropa, donde gracias al genero ofrecido y al trato dispensado ganaron adeptos con prontitud. La calidad al servicio del cliente, calidad en todos los sentidos y en toda su extensión. Los negocios que proliferaron en aquellos años coparon el barrio, y a sus gentes. Negocios varios, espacio para todos y todo. En la actualidad apenas quedan unos pocos. Las grandes extensiones comerciales devoraron a muchos de aquellos pequeños comerciantes que se lo dejaron todo en el empeño. No hubo piedad empresarial. Lástima. Nunca sobrevivir costó tanto.

Este año MODAS CARRILLO cumplirá cincuenta años, vio la luz el 20 de julio de 1973, era viernes. Ya no está Pedro Carrillo Sánchez, se marchó demasiado pronto; tanto que no pudo conocer a sus dos últimos nietos en llegar, Pedro y Eric, pero si que le dio tiempo a enseñarle todo a su continuador, a su hijo, a Pedro, el más pequeño de los cinco hermanos. El relevo nunca fue doloso ni costoso, se hizo en sosegada paz. El padre se apartaba a un lado, el hijo asumía el mando. Tránsito.

Pedro Carrillo Más heredó de su padre, entre otras cosas, el inquebrantable e innegociable sentido del significado que implica la palabra dada, de la seriedad y la cortesía en el trato no sólo al cliente sino por extensión a todos. No hay recompensa sin sacrificio, y Pedro hijo bien que lo sabe. Caer está permitido, levantarse es obligado, esa frase la decía mi padre y yo la hice mía, muy mía, eternamente mía.

MODAS CARRILLO, en estos cincuenta años, ha vadeado multitud de contratiempos que la vida le ha ido poniendo delante. Épocas de crisis, la irrupción desbocada y descarnada de los comercios regentado por orientales, con esas insultantes excepciones fiscales hechas a la carta, el cambio estructural y generacional del barrio, la pandemia,…Y a todas ha sobrevivido, sustentada en la seriedad y el rigor, en el trato cercano y por ende humano, en la calidad de las prendas, “cuidar los detalles” que dirían al unisono ambos Carrillo, padre e hijo.

Maruja, la madre, esa que lleva su padecer para sus adentros, que habla desde sus silencios perpetuos, desde su recogimiento interno; mujer que desde su encantadora mirada transmite serenidad por doquier bien sabe del orgullo que emana su hijo pequeño por haber seguido la línea continuista de su padre, aquel padre osado y aventurero que lo arriesgó todo y emprendió una largo viaje, que aún sigue su periplo, a los confines de la moda, de la moda y de los toldos, un complemento al negocio que siempre viene bien, sumar es importante. Nunca quites si puedes dar.

Pedro y Eric juguetean en el interior de la tienda entre cajas. Ahora se esconden, ahora salen y dan sustos a los unos y a los otros. Ahora cojo una llave y la escondo, ahora no estoy, me he ido…, pero vuelvo ¡qué ‘traviesones’ son! Y juegan como antaño lo hacia su padre junto a sus hermanos en aquella primigenia tienda, en aquella segunda casa, en aquella calle todavía vestida de tierra y polvo, de blanco y negro, de retales y retazos de una Valencia anaranjada y recostada sobre arrozales.

Si tras leer este artículo siente la curiosidad de comprobar que aún quedan negocios con aires familiares acérquese a la calle Brasil 26 y no se decepcionará. Uno de los grandes motivos de que MODAS CARRILLO siga en pie es la transmisión oral, el boca a boca, el tú me preguntas y yo te contesto. ‘Quid pro quo’.

Cae la tarde, un gélido hedor flota en el ambiente, la persiana está bajada, las luces apagadas, el negocio cerrado. Toca volver a casa con la mujer, Neri, con los hijos, en definitiva, es el momento de hacer familia. Ya mañana será otro día y volverás a la batalla, a la pelea, al lugar donde creciste y te hiciste hombre primero, padre después. Él estaría orgulloso, ella todavía vive para verlo. Los que se fueron ya no volverán pero pervivirán, y los que aún están te cobijaran y protegerán. Simplemente, la vida.

Diego de Vicente Fuente

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