Piedras Albas
3 abril, 2021

Piedras Albas

Por redacción puntocomunica
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Piedras Albas

Tenía un nombre bonito y peculiar. Nada corriente, nada al uso. Tenía un nombre de Virgen, esa que pernocta día sí y día también en la Ermita, del S.XV, de Nuestra Señora de Piedras Albas en el paraje de Prado de Osma, a 5 Kms de El Almendro (Huelva), en la comarca del Andévalo. Ese fue el nombre que le pusieron a aquella niña; la mayor de tres hermanas, que creció ejerciendo con prontitud el oficio de madre y por extensión el de hermana. Y nació en Silos de Calaña, en la calle Victoria n.º 9, en aquella casa baja con dos habitaciones al fondo, un comedor en medio y delante un salita y otra habitación. Aquella casa cerca de la iglesia y a mano de todo y de todos. Aquella casa que años después enseñó con emoción y cariño a su hija.

Silos de Calaña, primero, La Zarza-Perrunal después del año 1991 fue una tierra de minas; en los albores explotadas por los tartessos y los romanos y tras un largo periodo de tiempo, S.XIX, llegaron, primero, los franceses y después los ingleses que fueron quienes dejaron su sello y su impronta en esa tierra tan llena de cicatrices, con explotaciones a cielo abierto haciendo de ese lugar una pequeña Alston. Todo giraba alrededor de la mina. Padres, hermanos, tíos, vecinos,… Allí se citaban para bajar a extraer el mineral que luego se enviaba fuera. Así sucedió durante muchos años con la figura altiva del malacate del Pozo Algaida, aún sigue en pie, como compañero de viaje.

En ese ambiente con aromas ingleses en el corazón de la Huelva más profunda y sentida fue creciendo ‘Alba’ (para mi), ‘Salva’ para Fulgencio, su marido, su compañero, su amigo. Entre cuidar a su madre, María, y sacar adelante a sus hermanas, Ana y Fernanda, ‘Alba’ repartía su tiempo. Ella era quien llevaba a sus hermanas al médico, quien hacia los recados, quien les ayudaba a elegir la ropa… Siempre fue inteligente, despierta, aseada en grado sumo, y con una mano, bendita mano, excelsa para todo; desde encajes, pasando por la buena maña que tenía con la costura, siguiendo con la cocina donde con una facilidad asombrosa preparaba cualquier tipo de plato que se propusiese, desde una simple ensalada hasta un exquisito salmorejo.

La mina terminó devorada por el progreso, y sobre todo por el mineral proveniente de los países del Este que lo abarataban todo y por ende lo devoraban. Los ingleses se marcharon dejando su legado y su impronta. Muchos de aquellos empleados terminaron comprando las casas, sobre todo de las calles Málaga y Victoria. Pero el futuro de Fulgencio y ‘Salva’ ya no estaba allí.

Siempre he creído que pasados los años a ambos les quedó un regusto que mezclaba lo amargo por haberse ido y la añoranza de haber querido volver de alguna forma. Tal vez ‘Salva’ ya esté allí, recorriendo las calles de su pueblo, yendo y viniendo de la posada, subiendo a ver las casas de los ingleses, bajando al dique, a la Corta, recostándose en el prado, caminando cerca de las vías de un tren que pasó y ya no pasa, allí cerca, en el Perrunal, donde sobre el muro de la puerta del cementerio está la llave para acceder. ‘Salva’ se acerca de puntillas a la Velada junto a sus hermanas para ver a Fulgencio tocar junto a sus compañeros de la banda. Y ‘Salva’ sonríe desde la cercanía al hombre de su vida. ‘Salva’ ha vuelto a casa.

Silos de Calaña quedó hace mucho atrás. Ni aun volviendo la vista se divisa. Tan sólo el recuerdo extraído de la memoria lo mantiene vivo.

Piedras AlbasFulgencio y ‘Salva’ se asentaron en Valencia, mas concretamente en el municipio de Mislata. Con ellos venían sus dos hijos mayores, Domingo y Mario, ambos nacidos en Huelva capital. La pequeña de la casa, Inma, vio la luz en el Hospital General de la capital del Turia. La vida fue pasando, los hijos creciendo, pero los amores paternales jamás cambiaron, muy al contrario se fueron magnificando. Hijos que se emanciparon llegado el momento, pero siempre con la cercanía del manto protector de unos padres modélicos en grado sumo. Llegaron los nietos que agrandaron la familia, se fueron marchando seres queridos que hicieron mella y produjeron dolor. Todo muy vital, muy humano.

‘Alba’ hace dos años que se marchó y lo hizo como había vivido, sin hacer ruido, sin estridencias, guardándose para sí todo su dolor y su sufrimiento, que fue mucho y variado. Dos años en donde no se la ha dejado de recordar ni un solo día, ni un solo momento. La casa, su casa está llena de su presencia, de su exquisita educación, de su desbordante bondad, de su impagable humanidad. Iván (5 años) y Vega (4 años) la nombran muy a menudo, y en sus infantiles dibujitos su figura y su nombre siempre están ahí. Álex que el 21 de abril cumplirá 3 años no tiene esos recuerdos. Casi no tiene aún nada.

‘Alba’ nunca quiso el fuego, prefería el agua. Nunca la guerra, siempre la paz. Intercedía siempre y ponía freno a los embates que algunos de los suyos pudiera intentar hacer. Calmaba, y lo hacia desde la equidad, desde el sosiego. Era muy racional pero la superaba, a quién no, la pasión irrefrenable por todo lo suyo. ‘Alba’ era el nexo de unión entre todos. Nunca la oí hablar mal de nadie, incluso diría que siempre buscaba una justificación a cualquier agravio que pudiera salir o venir de alguien. Carecía de orgullo, de maldad, de envidia, de rencor, era feliz y plena con lo que tenía y agradecida con lo que la vida le había dado.

Se fue hace dos años, y la herida en los suyos no cauteriza. Fulgencio perdió su timón, su otro yo, perdió su equilibrio, su fiel balanza. Sólo la sonrisa de sus nietos más pequeños le mantienen en pie a duras penas; eso y la lectura que parece transportarle a otros lugares y a otro tiempo. Inma, su hija, mi mujer, la madre de mis hijos vive con ella dentro, continua y constantemente. Ella perdió no sólo a una madre, perdió a su mejor amiga, a su confidente, a su confesora, a su consejera. Pero siempre nos quedará, como le suelo decir a ella, la inmensa alegría de que “vio nacer a tus hijos”, no se fue sin verlos y sin disfrutarlos un poquito. Lástima que sólo fuera un poquito.

No quisiera abandonar estas líneas sin decir que siempre guardaré para mí el trato extraordinario que ‘Alba’ recibió de Fulgencio desde el mismo momento que cayó enferma. No hay adjetivos que puedan describir su comportamiento. La lavaba, le daba de comer, la vestía, la llevaba a la cama, la llevaba la peluquería. Nunca vi tanto amor y tanta devoción entre dos personas. Fulgencio lo dio todo y más, y nunca una queja, ni una demanda, ni un reproche. Sólo lágrimas de dolor y pena de ver como la persona que más amaba se le iba de entre las manos, se le escurría de entre sus dedos sin poder hacer nada.

Aún hoy, transcurrido el tiempo que ha transcurrido, sigue escapándose al cementerio para estar con ella. Y va andando, y vuelve andando. La busca, la llama, la corteja como cuando eran jóvenes allá en La Mina y todavía no habían comenzado a escribir su libro. Merecer y agradecer, y de eso ‘Salva’ y Fulgencio van sobrados.

Diego de Vicente Fuente

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