Los sonidos del silencio
26 octubre, 2019

Los sonidos del silencio

Por redacción puntocomunica
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Para mi hermano Nicolás…

Los sonidos del silencioTenerife, 26/10/2019, Diego De Vicente Fuente
La tierra se hunde a cada pisada que damos: las huellas, indelebles y bien asentadas al terreno, dejan constancia de que por ahí hemos transitado. La tierra, siempre benigna, nos acogió a nuestra llegada y ella nos cubicará una vez esta aventura, que mezcla dulzura con amargura a partes iguales o tal vez desiguales, concluya. El vientre materno,el elocuente y ferviente origen de la vida, de nuestra vida nos asió no sólo entonces, sino ahora y siempre. El cordón umbilical nunca se terminó de cortar. ¡Ay mamá, cuánto te he querido y cuánto te quiero! Fervor mariano hacia quien plena de aciertos y errores me encaminó en la senda buena, la senda de la rectitud y la honestidad. Ella me encauzó y yo caminé, caí, me levanté y así ahora y siempre.

Seis hijos, seis hermanos, seis formas diferentes y peculiares de entender, no sólo las cosas sino también la vida. Y en el epicentro de todos, en la denominada zona cero está nuestra madre, la madre poco dada a carantoñas externas pero emocionalmente frágil cuando de sus lobeznos toca hablar,discernir. Mujer de prontos, efervescente, impetuosa y corajuda hasta extremos insospechados. Mujer jovial y dotada de una descomunal y demencial fuerza interior y exterior que la hacen rocosa, pétrea, difícil de horadar. Mujer hecha y rehecha, cosida y enhebrada, junco erguido que hoy, al trascurrir de los años y de la vida, inicia su declive ladeándose hacia un costado o hacia adelante, según su osamenta le dicte. Mujer devota con moderación pero con convicción, de acudir a misa, de visitar a Santa Rita los lunes, y de rezar para sus adentros y también para sus afueras. Esa es mi madre, nuestra madre, la que nos parió, la que junto a Tontón peleó y se peleó contra aquellos molinos de viento, imaginarios o no, que durante una época de nuestra vida no nos lo pusieron fácil. Nada fácil. Ellos dos, Ángel y Emma, Emma y Ángel, erguidos y henchidos de fuerza y coraje nos sacaron adelante y nos enseñaron que todo se pelea, que todo se lucha, que no hay derrotas de antemano, que no se dan pasos atrás, que la vida es eso y mucho más.

Fuimos creciendo, separando caminos, eligiendo opciones, cometiendo errores, obteniendo éxitos; lloramos pero también reímos, nos enamoramos, o creímos hacerlo, quisimos, nos quisieron, y en el centro, sosteniendo nuestros pequeños mundos siempre ellos. Idas y venidas, salidas y entradas, caminos de doble vía, y siempre viviendo, sin dejar de hacerlo, jóvenes, exultantes, sin vislumbrar el final del camino. Pero sí hay un final o un punto y aparte. Tónton se nos fue hace ya una eternidad, o eso es lo que a mi me parece, como antes lo hicieron otros seres queridos y recordados. Y hace nada, un suspiro, un estertor vital te has ido tú, mi querido hermano, mi compañero de armas, mi comandante de la guardia, mi pretoriano radiofónico, mi conductor de servicio, mi segundo entrenador. ¡Ay Nicolás!, ¿por qué? El vello se me eriza, las mejillas se humedecen pero mi boca esboza una tibia sonrisa recordando, tirando de memoria, desempolvando recuerdos y anécdotas vividas junto a ti. Hay muchas. Me queda la memoria para vivirlas una vez más, y me queda la pluma, el teclado en este caso, para darles forma, con lirismo o sin él, con poético sentimiento, haciendo del pasado presente, del alicaído otoño un soleado verano. La prosa al servicio de mis más descarnadas emociones, mi bravío ímpetu contra todo y contra todos. De una mísera frase el más hermoso de los versos, de un gesto adusto la más grácil de las sonrisas.

Nicolás, el Nicolás de todos. Un pedacito de él para cada uno de nosotros, no empujen, no se agolpen, hay Nicolás de sobra. Su esencia y su recuerdo recorrerán todas aquellas calles que él transitó. Desde las Canteras hasta la señorial Vegueta pasando por Triana, la femenina y distinguida Triana, la calle con nombre andaluz pero con el añejo aroma isleño a caldo de papas, a sancocho, a mojo picón, a mus de gofio que salen de los fogones de Las Lagunetas. Nicolás, al igual que mi madre, ‘trianeando’ de forma compulsiva y sin que para ellos pase el tiempo. Y no pasa porque en esos paseos ‘trianeros’ se cruzan con el profesor Reina y su mujer, con el otrora luchador galdense Salvador Sánchez ‘Borito’ que sentado en un banco diserta y disiente con sus variados interlocutores; también se topan con los egregios y no tan egregios personajes del entorno que dan vida a la calle más bulliciosa y colorida de la ciudad, de mi ciudad. Tuve al mar ante mis ojos y no lo valoré; hoy que no lo tengo lo echo de menos. Hoy tengo a mis hijos frente a mi y los miro, los acaricio, los beso, los reprendo, los premio, los disfruto hasta más allá de la noche. Tiempo robado, tiempo ganado.

La infancia pasó, la juventud voló, y la madurez camina hacia el invierno de nuestras vidas; allí donde el sol apenas llega, en donde los parajes se vuelven inhóspitos y donde Dios apenas se asoma. Allí habitan las carnes trémulas, los amores malgastados, los recuerdos rotos, la memoria quebrada, allí donde los sonidos del silencio tienen eco y donde uno puede morirse en paz. En esa estación y en ese tiempo los panegíricos, las elegías ya calientan en los hornos. Los notarios van preparando sus plumas para certificar que todo ha concluido, que esta aventura llega a su fin. Los albaceas testamentarios ejercerán como tales y a todo esto nosotros volviendo a casa, a dormir en las literas de madera unos, azules los otros, volveremos a oler el aroma que desprenden las flores de mundo de Santa Cristina, allí donde fuimos felices jugando a ser mayores entre sus esquinas mientras descubríamos a que olía una chica, y que escondía tras su blusa a cuadros y que guardaba con celo entre su entrepierna; volveremos a la calle Viera y Clavijo 38 a jugar a las chapas con el amigo que rebozaba hospitalidad y que nunca te hizo sentirte un visitante en su casa. Aquella casa donde un buen día de un mejor año Antoñita te llamó utilizando los nombres de los doce apóstoles. De locos. Y de Viera y Clavijo a Tafira a lanzarnos en bicicletas sin frenos por una pendiente con gravilla, y de ahí al hospital con la rodilla echa un no sé qué de carne desgarrada y sangrante. Aquella fue otra vida dentro de esta vida, la que me queda aún por vivir junto a mi hijos en la cercanía y mi madre y hermanos en la lejanía.

Y todo esto te lo cuento a ti Nicolás, hermano, que ahora sueñas y vives al unisono, ahora que has atravesado la Laguna Estigia y al que Caronte le ha perdonado las dos monedas que cuesta el viaje de una a otra orilla; te lo cuento a ti que nos abres camino al resto de hermanos, a ti que tanto diste y tan poco recibiste. Una vez más, PERDÓNAME, por acción y por omisión. En el pecado llevo la penitencia.

“Escribo en defensa del reino del hombre y su justicia. Pido la paz y la palabra. He dicho “silencio”, “sombra”, “vacío”, etcétera. Digo “del hombre y su justicia”, “océano pacífico”, lo que dejan. Pido la paz y la palabra. (Blas de Otero).

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