mislata cf
4 mayo, 2022

El balón como ilusión

Por redacción puntocomunica
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(Prebenjamín 1º año Mislata C.F. “C”)

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Iván tenía seis años, hace nada ha cumplido siete, cuando empezó a pegarle patadas a todo lo que se ponía a centímetros de su pie izquierdo. Poco importaba que el objeto en cuestión no tuviera forma circular, eso era lo de menos. Piedras pequeñas, botes vacíos de coca-cola, trozos arrugados de papel albal, esos trozos que minutos antes habían dado amparo y cobijo a un apetitoso bocadillo de queso con jamón. Iván dejó a un lado sus queridos playmobil y sus juegos de la PS4 para, desbordado y desbocado, entregarse de forma febril a lo que, aún no sé cómo ni porqué, le envolvía y atrapaba. Y de un día para otro retrasó su posición y le dijo a su padre, muy seguro y convencido, que él quería ser portero. Y ahí que se puso, bajo palos, a intentar parar todo lo que le llegase. Cualquier escenario era valido para dar vida a su recién estrenada pasión. El pasillo de nuestro hogar, el salón de la casa del abuelo, cualquier parque, la arena de la playa,… El niño pedía más y sus padres dieron rienda suelta a su deseo apuntándolo en el equipo de nuestra localidad.

Y fue entonces cuando sus sueños y sus pasiones futbolísticas crecieron de forma exponencial. Llegó a mitad de temporada y se unió a un grupo de niños, que al igual que él, saciaban sus prebenjamines anhelos persiguiendo, con una contagiosa y risueña ilusión, el balón que iba de área a área con una velocidad de vértigo.

A estas edades tan tempranas los niños lo engullen todo. Están ávidos de aprender, ansiosos de conocer, de descubrir, incluso de imitar las formas y las maneras de sus ídolos, de esos ídolos que coleccionan en sus cromos, o incluso tienen en sus casas en las figuras de sus padres, esos padres que sacrifican tantas cosas, tantos momentos por ellos, por ellas.

Etapa formativa, etapa de jugar y divertirse, de divertirse y jugar, de hacer amigos, etapa de aprender a como comerse el mundo a grandes dentelladas, todas ellas desde la bondad y la inocencia, el tesoro más preciado de un niño, aquello que nació con él y que con el paulatino pasar del tiempo se va perdiendo. Inocencia para creer que el fútbol es un juego, que unas veces se gana y otras se pierde, ¡sí, sí, también se empata!

Los niños saltan al césped. Calientan bajo la atenta mirada del entrenador, figura relevante sobre todo a estas edades iniciales pues para ellos el míster es la extensión de sus padres en casa, de sus profesores en el colegio. Él los orienta, él los dirige, él los alienta y los representa.

En nada comenzará el partido. Los padres sentados en la grada hablan, comentan de forma despreocupada los aconteceres cotidianos que inundan sus vidas, y con ellos están hermanos, tíos, abuelos. El mundo parece pararse en esos instantes, ya se palpa en el ambiente que la liturgia que rodea este deporte ha comenzado.

Y el balón que rueda. El Prebenjamin de 1º año del Mislata C.F.C” toma la Canaleta. Allí donde los sueños se hacen realidad, allí donde pese a algunos desbarajustes organizativos todo es posible. Nunca perseguir un deseo y no lograrlo significó fracasar. Caer está permitido, levantarse es obligado.

Hugo, a ras del suelo, bloca un balón que se había envenenado tras botar varias veces antes de llegar a él. Ali y su frenético correr y subir por la banda , el campo a veces acota zancadas, en su caso las agranda. Isaac es la roca, pétreo, chocar contra él es hacerlo contra un muro infranqueable que sabes que no podrás derribar. Joel es un jugador pícaro y que jamás rehuye el contacto. Balón dividido y allí que llega él cuan héroe solitario y solidario. Fernando y sus golpeos desde la habitación de su casa.

Falta a favor, balón a Fernando que se prepara un misil. Toca apartase y dejar pasar. Lucas, Mendoza reza en su camiseta, es un jugador diferente. Tiene una madurez impropia para su edad, y eso lo sufre el rival y lo disfruta su equipo. ‘Nico’ es un ‘killer’ en toda la extensión de la palabra. Aquí te pillo, aquí te mato. Juan David es la disciplina y la mesura. Jugador que hace equipo, silencioso y generoso. César y su innata facilidad de saber estar donde no se le espera. Jugador entregado y ofrecido. Eduard ha logrado jugar tras múltiples problemas burocráticos que a estas edades no debieran existir. Que jueguen los niños, de eso se trata. Thiago, el jugador que los rivales creen que no existe pero que sus compañeros saben que está a su lado, animando y empujando. ¿Jugará?, ¡claro qué lo hará!, tiene toda una vida para hacerlo. Iván, nobleza y bondad a partes iguales y en grandes dosis. Jugador con alma de portero que intenta emular a los excelsos arqueros canarios que en el mundo han habido.

Nuestros hijos, los prebenjamines de nuestros regazos, nuestras mejores obras, nuestros relevos vitales. Hoy corren como posesos tras un balón, hoy vuelan en pos de conseguir alcanzar sus sueños, sus deseos, sus anhelos. El mundo es de ellos.

El partido ha llegado a su fin. Los dos equipos se saludan en el centro del campo, en el epicentro de todas las operaciones. Y de pronto, casi sin esperarlo nuestros hijos que corren hacia nosotros entre exultantes y excitados. Y corren atropelladamente, y con vertiginosa rapidez.

-¡Papá. Papá, gritan casi todos al unisono, también vociferan ¡mamá, mamá!, no salimos de nuestro asombro, y es entonces cuando todos juntos agarrados de sus manitas nos dicen a voz en grito: “ Se acabó la Liga, pero TODOS volveremos la temporada que viene”.

Acabó el partido, la Canaleta volvió al silencio, la futura Ciudad Deportiva aún se deja querer, y cuando lo haga será un poquito de todos nosotros, pero sobre todo será de ellos, de nuestros hijos, de nuestros prebenjamines de 2º año; ¡cómo corre el tiempo!

Diego De Vicente Fuente
Mislata, 4 de mayo de 2022

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