Paquito. Fuente: Fundación UD Las Palmas
19 diciembre, 2021

El capitán silencioso (Paquito Ortiz Rivas)

Por redacción puntocomunica
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Paquito. Fuente: Fundación UD Las Palmas

Paquito. Fuente: Fundación UD Las Palmas

El runrún del mar al llegar a la orilla en forma de ola desarmada y descifrada es un sonido que jamás se olvida, permanece dentro de nosotros para siempre. Tampoco se olvidan aquellas carreras locas y desenfrenadas tras un balón sobre la arena dorada de la playa de las Canteras en la Gran Canaria de mis inicios y sueños vitales. En esa playa muchos hemos crecido al amparo de un quiebro demoníaco o un gol enloquecedor mientras entre el público se encontraba esa hermosa chica de ojos azules y tez dorada que alborotaba tus endorfinas primigenias ¡Cuánta inocencia guarda el primer amor! Son recuerdos que nunca olvidas, como tampoco los amaneceres, los atardeceres, los largos paseos por la arena húmeda en la noches más cálidas de los veranos isleños.

La playa de las Canteras siempre ha sido un vivero inagotable de excelsos jugadores de fútbol como también lo han sido la gijonesa playa de San Lorenzo o la de la Concha en la hermosa Bella Easo (San Sebastian). Y allí, en las Canteras surgió ‘Paquito’, él y su balón, en la soledad del momento, toques, carreras, regates a las sombras, a las montañas y a los abandonados castillos de arena emulando a los grandes jugadores, a los jugadores referenciales de una generación emergente. Me aventuro que él, a igual que otros muchos, me incluyo, decíamos aquello de “¿cabe uno?” para completar los equipos playeros que bajo el cobijo paternal del gigante Atlántico echaban las tardes, día sí y día también, en mi querida y recordada Gran Canaria.

De Las Canteras al campo de ‘La Piscina’ en el populoso y popular barrio de la Isleta, cuna, también, de grandes e inolvidables jugadores y de equipos con un pasado si no heráldico, casi: Ferreras, Artesano, Hesperides, Muelle Grande,…

Luego el Quillet, en una época donde el fútbol infantil se citaba las mañanas de los domingos en los campos de tierra de la Ballena, allí donde el recordado ‘Juaneco’ tenía un destartalado kiosco donde despachaba bocadillos y refrescos, también pipas y golosinas varias. Por esos campos pasaron equipos de empaque y tronio con infantes que luego se hicieron hombres, y algunos de ellos grandes jugadores.

Sixto Armas y Paquito MaspalomasLa aventura de ‘Paquito’ en el Maspalomas fue idílica y modélica, modélica como toda su trayectoria vital. De Maspalomas le quedará, entre otras muchas cosas, los viajes en coche desde la capital al sur oyendo como Sixto Armas, primero jugador, después trovador y eterno soñador, le canturreaba esas canciones que componía y que siempre tenían a una mujer de fondo. Aquellos viajes en compañía de otros jugadores, de otros amigos en suma porque para él la persona siempre se anteponía al jugador.

Los nostálgicos, los hacedores de sueños, los que en noches cerradas nos cuentan cuentos dicen que Tafira ya no es aquel vergel bucólico donde antaño Pérez Galdós se confinó por culpa del cólera morbo de 1851, donde los preeminentes hombres asentaban sus segunda residencia, buscando huir de la algarabía de la ciudad. En aquel hermoso lugar los ingleses de entonces, aquellos que arribaron a nuestra isla abriendo nuevas rutas comerciales, también dejaron su sello y su impronta. Entre las vides y los lagares aquel lugar parecía la nueva Arcadia, y estuvo cerca de serlo pero la especulación adherida a los nuevos tiempos arruinó el sueño que pasó a convertirse en una simple quimera.

En Tafira pasé días de vino y rosa, cuando el amanecer de mi juventud cobraba mayor fuerza, cuando todos los de mi generación nos enfrentábamos con un valor y un descaro inusitados a los albores de la vida. Bendita vida. Allí, junto a un grupo de amigos encabezados por José Ramón González, sacié mis ansias de libertad, de gritar al lograr un gol en aquellas diminutas porterías, al encestar una canasta desde la esquina que nos hizo famoso a los quince años. Fuimos felices, eternamente felices jugando a todo y con todos; y luego, como quien no quería la cosa, intentando encontrar el amor en los brazos de alguna ninfa isleña. Los juegos pasaron, los amores también pero ha quedado entre las brumas del tiempo la esencia, la fragancia, el hedor inolvidable y duradero de una época irrecuperable e irrepetible.

El 6 de enero de 1995 moría León Octavio Guerra González (Leo). Tenía 26 años. Toda su vida se derrumbó y se quedó en nada. Aquel niño era todo bondad, generosidad, inocencia, nobleza. La muerte, siempre caprichosa, lo asió con virulencia y se lo birló a la vida con una indecorosa saña. Y también se lo arrebató a sus padres Encarna y ‘Genio’, a sus hermanas, a sus tíos, a Dulce, su novia, y a aquel extenso e intenso grupo de amigos surgidos de las seculares fauces de los Jesuitas. Y en aquel grupo de amigos se encontraba él, ‘Paquito’; siempre discreto, siempre alejado de los focos, retirado unos pasos hacia atrás, estando sin estar, casi levitando en el ambiente.

Paquito. Fuente: Fundación UD Las Palmas

Paquito. Fuente: Fundación UD Las Palmas

Francisco Ortiz Rivas, ‘Paquito’, visiona la vida a través de su penetrante mirada, esa que con avidez todo lo focaliza y lo actualiza. Sus silencios pausados y definidos marcan la ruta, el camino a seguir. No debería exudar canariedad, le va mas a su forma de ser y de comportarse en la vida el modelo británico. Él es un caballero, todo un ‘gentleman’, un señor que no hace ruido al andar, ni grita al hablar. Oyente avezado, siempre en constante fase formativa, nunca deja de aprender, de aglutinar conocimiento, esos conocimientos forman parte de sus retos diarios y por ende vitales. ‘Paquito’ o el lado humano de las cosas. Paquito y su fútbol de bricolaje.

Llegó a la UD Las Palmas en una etapa dura y difícil del club de Pio XII. La otrora mayestática entidad amarilla andaba sumida en una gravísima crisis económica y deportiva, posiblemente la peor desde su fundación. Con lo puesto, y con una ilusión enorme el club se reinventó tras una larga y dura travesía por el averno futbolístico. Atrás había quedado la ruta de la seda que capitanearon entre otros los Guedes, Tonono, Germán, León, Carnevali, Brindisi, Morete,… Allí, en el vetusto recinto de Ciudad Jardín lo vivió todo. Lo bueno, lo malo, la decepción, el éxtasis, la perdida de su padre. Los ascensos. Todo.

Y se fue como llegó, en silencio, sin hacer ruido, sin alzar la voz, sin reproches, agradecido y bendecido, ungido por su excelsa figura de persona de bien y de paz, infinito en esas dos acepciones.

Hombre de equipo, pieza codiciada del tablero, disciplinado hasta la extenuación. El capitán silencioso, el que no se guardó nada para sí pues todo lo dio, todo lo ofreció. Compañero, amigo, confidente, el que nunca te falla. Mientras fue jugador jamás olvidó de donde venía y con quien había realizado el viaje; y si no que se lo pregunten a los componentes de ‘Los Rémora’, o lo que es lo mismo los amigos de ‘Paquito’ contra los amigos de José, su hermano, en aquellos partidos de fútbol previo a los asaderos que se realizaban después. O que le pregunten a esa legión de amigos que ha ido haciendo a medida que la vida ha ido avanzando.

‘Paquito’, entre el mar y la arena de Las Canteras y la piedra volcánica del Monte Lentiscal, en Tafira, junto a Marisa, su madre, y sus hermanos José y ‘Mai’, entre la historia y el recuerdo, siempre erguido, fiel, rebosante de señorío y tronio, conservador de los valores que engrandecen a las personas de bien, cosido a su palabra, que es de ley. Lástima de no haber sido participe de las grandes épocas y epopeyas amarillas de otro tiempo. El fulgor de su bonhomía hubiera eclipsado lo desplegado sobre el verde césped del añorado ‘Insular’, aquel estadio al que siendo niños mirábamos de frente y de espaldas al mar, ¿ a qué no me equívoco amigo mio?

Diego de Vicente Fuente

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