pureza maria
8 julio, 2022

Ruidos en Pureza de María

Por redacción puntocomunica
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pureza maria

Valencia, 08/07/2022
Los niños y niñas corren alocadamente hacía el umbral de la vida, hacia el alfeizar enmarcado de sus sueños primigenios. La vida se abre a corazón abierto ante sus inocentes miradas. Son los albores de lo tangible y perecedero, del despertar a todo aquello que configura toda existencia vital. Vital que no banal.

Hacia tiempo que el lado oscuro y sombrío de la montaña invadía nuestras existencias. No daba el sol, no pasaba la luz, el aire no era del todo limpio; se había instalado en nuestras vidas una pandemia mortal que amenazante nos arrinconaba en nuestros hogares. Apareció, se expandió y de alguna manera nos cambió la vida. Y nos la cambió para siempre. Encerrados, enjaulados tuvimos que aprender a convivir con nuestras carencias y manías, pero también con el inhabitual murmullo hogareño, ese murmullo que en tiempos normales no se suele dar con mucha frecuencia. El modelo de vida que impera en la actualidad es el de frenéticas salidas y entradas de casa; unos que van, otros que vienen y entre medias ese autismo tecnológico, así lo denomino yo, que no es otra cosa que sumergirse de lleno en el móvil, o la tablet o lo que se tercie. Y si no observe cuando entre en el metro. El espectáculo es desolador; cabezas gachas, enfrascados en conversaciones varias a través del whatsApp, o simplemente escuchando música, o los menos leyendo un libro a través de la aplicación.

La pandemia ha traído reuniones de tiempos pasados, de épocas perdidas en los confines de la memoria; pero se ha llevado vidas, ilusiones, incluso humanidad, mucha humanidad. Morir es duro, pero hacerlo solo es sencillamente aterrador. El tejido epitelial es susceptible al contacto, la epidermis es así de caprichosa. Necesita ser tocada y tocar. Hasta eso nos sisó la maldita pandemia.

Y entre medias de todo este absurdo del siglo XXI andan nuestros hijos, nuestros maratonianos, a los que, llegado el momento, les cederemos el testigo. Si cuidas a la naturaleza, la naturaleza te cuidará a ti; si cuidas a la vida, la vida te cuidará a ti. Y en eso andaban ellos pensando cuando el rayo se partió, la tormenta cayó y el mundo se resquebrajó entre ayes de dolor y miedo. Tocó retroceder, esconderse en los campamentos de invierno, desandar lo andado y aceptar, con estoicismo y obediencia, lo que nos había caído encima. La capacidad de adaptación de un niño a cualquier medio, sea hostil o no, es ilimitada.

De repente salió el sol, imperial y señorial. De pronto cayeron las mascarillas, aquellas que habían escondido de manera cruenta las hermosas e inocentes sonrisas de nuestros hijos. Fue una explosión incontrolada de plenitud vital que nos hizo sentirnos fuertes y poderosos, casi indestructibles. Regresó la vida, salió al balcón y gritó alto y fuerte: ¡He vuelto!

Y con la vida llegaron los abrazos, aquellos abrazos antaño rotos que los quemaron las Fallas de entonces, abrazos sentidos y espontáneos; volvieron los besos, sinceros y tiernos, la mirada y la sonrisa se unieron, hicieron causa común y crearon un lienzo que ni el Bosco superaría con su celebérrimo ‘El jardín de las delicias’.

Y sin darnos apenas cuenta descubrimos que el ruido, la algarabía no nos molestaba, había habido demasiado silencio, entendimos que el ruido y el clamor eran parte fundamental de la propia existencia humana, un lenguaje corpóreo, un grito desgarrador de vida, de mucha vida.

El patio de Pureza de María alzado, en pie, nunca yacente, clamando y vociferando a voz en grito. Los amiguitos que se vuelven a encontrar, la docente ojiplática al ver el candor y el dulzor con que Vera y Álex se funden en un tierno y conmovedor abrazo, abrazo que encierra toda la inocencia y la bondad que llevan los peques en esas infantiles edades. Los querubines y los serafines, nuestros hijos, nos enseñan, a los padres, cual es el camino correcto para intentar ser mejores personas, mejores padres, mejores educadores, mejores docentes,…

Y por encima de ellos los más mayores, el resto de la comunidad estudiantil. Los jóvenes de hoy, los hombres y las mujeres de mañana. Hoy hijos, mañana padres.

Volvió el ruido a Pureza de María, volvieron las reuniones, los actos, los fines de ciclo, el cambio de aula y de ‘profe’, regresaron los partidos de fútbol a cara descubierta, las paradas de Iván de Vicente que como un ágil felino vuela de palo a palo dejando boquiabierto a sus amigos y compañeros, los goles ratoniles de Juan Morán, los amagos, quiebros y requiebros de Víctor Guardia, las miradas edulcoradas de Triana, de Marta,…Regresó con éxito el ‘mundo voleibol’ a Pureza, expandiendo y extendiendo el nombre del colegio por la amplía geografía nacional. Retornó el murmullo, los cuchicheos entre amigos y amigas, el vuelco del corazón cuando ella lo ve a él, o él a ella, poco importa, importa poco quien mira a quien.

Pistolas de agua, carreras desenfrenadas, alocadas, infantiles y juveniles. Vega juega con Mireia, ¡corre, corre que te pillo!, las ‘seños’ que emocionadas ven partir a sus infantes hacia terrenos más altos, hacia cotas más elevadas, muchas son madres y lo viven en primera persona. Pedro y Saúl que se lanzan globitos de agua, a ver quien moja a quien. El agua cayendo a borbotones, como la vida misma, todo un maná de húmedas y frescas sensaciones. El ciclo de la vida es tan grande que pese a los impedimentos y los reveses que van surgiendo se consiguen esquivar. De poner un pero es que todo pasa demasiado deprisa. Hoy junto a nosotros, mañana volando y planeando plenos y libres. Les pasó a nuestros padres y nos pasará a nosotros. Siempre nos quedará la memoria para recordar, a otros siempre les quedará París.

Volvió el ruido a Pureza de María y con él llegó la sonrisa y los mejores deseos de que la vida siga su curso y que el mundo siga siendo un lugar habitable y merecedor de nuestra existencia.

Acabó este curso y el sonido audible de las vocecitas de nuestros hijos aún perduran en el amplio patio del ‘cole’ como recordatorio de que el próximo curso volveremos y lo haremos con mas fuerza. Para los nostálgicos siempre nos quedará el parque de Santa Cruz.

Diego de Vicente Fuente
(papá de Iván, Vega y Álex de Vicente Sánchez)

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