29 abril, 2010

El escritor Juan José Millás disfruta del homenaje de los libreros y lectores de Valencia

Por redacción puntocomunica
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Valencia, 29/04/2010, Jaime Millás
La Feria del Libro de Valencia ha dedicado este año un sencillo homenaje al escritor Juan José Millás. Como maestro de ceremonias actuó en el coloquio dominical Fernando Delgado, otro querido escritor que se ha afincado en Valencia renunciando a su tierra canaria de origen y su residencia madrileña de adopción. Por el contrario Juanjo, que nació en Valencia en 1946, cada vez que llega a la ciudad se sumerge en su trama urbana como un extraño y sorprendido viajero en busca de un pasado al que no hubiera querido renunciar por decisión familiar.

La memoria me traslada a aquel tren en el que viajamos juntos. Sé que pensé en el mar que abandonábamos, y que me pregunté con qué palabras recordaría todo aquello cuando pasaran unos años… Yo me preguntaba con frecuencia que qué iba a ser de nosotros, como si no estuviese siendo todavía, como para aliviarme en la posibilidad de un futuro mejor”.

Es un texto de su primera novela “Cerbero son las sombras”, donde narra aquel viaje iniciático a Madrid, realizado con sólo seis años y la compañía de sus padres y sus otros tres hermanos mayores, un viaje que en la madurez ha tenido numerosos y placenteros contraviajes de regreso al mar Mediterráneo, como niño ya recuperado de su antigua angustia.

La invitación de la Feria del Libro ha sido una nueva oportunidad para perderse por la ciudad nueva, la de la Ciutat de les Arts i les Ciencies, por los soleados hoteles del antiguo cauce, por los nuevos restaurantes, como el Restaurante Aman de cocina marroquí, que buscan en el exotismo y la cocina internacional una apertura hacia otros países y culturas. El núcleo histórico ahora sólo le cautiva a Juanjo cuando realiza sus paseos urbanos por la memoria vital, unos recuerdos que dejaron grabados en la calle Vestuario los primeros años de infancia y luego en la calle San Francisco de Borja los primeros juegos con sus hermanos y primos en el rellano de un tercer piso recien estrenado.

En el coloquio posterior a la intervención de Delgado los lectores preguntan con admiración sobre dudas y curiosidades. Las preguntas habituales se entrecruzan con las más inteligentes. ¿Tiene crisis lectoras, qué lee, cuando escribe, tienen crisis de escritura? Son cuestiones que surgen de su incesante presencia pública desde hace años en radio, la SER el viernes por la tarde desde hace ya diez años, periódicos (El País, Levante…) y novedades literarias. Hay quien no entiende una columna del diario en la que Juanjo decía que cada mañana cuando sale a comprar el periódico aprovecha para tirar las sartenes usadas en el contenedor. Al final la duda se resolvía con la desconfianza de los mayores frente a los jóvenes. Desde una esquina del salón del coloquio su esposa, Isabel Menendez, psicoanalista y ensayista, acompañante en sus viajes siempre que puede, observaba las evoluciones de las lectoras fans emocionadas por la cercanía física de su escritor favorito. Porque tener delante al creador y generador de tus sueños y fantasías provoca una emoción difícil de evaluar. Para muchas resulta increíble.

Y luego llega siempre el turno de las firmas, de las dedicatorias. Para Rosa, con un abrazo, Juanjo Millás. El libro adquiere de repente un valor personalizado. Si hay referencias de una anterior amistad o conocimiento la dedicatoria sube el punto de complicidad. Para Maria, con amistad y afecto de Juanjo Millás. Ahora sigue siendo la oportunidad para firmar ejemplares de bolsillo de “El mundo”, el premio Planeta de 2007.

En esta novela, como en la primera, sigue presente el viaje iniciático de Valencia a Madrid. “Se trataba, en realidad, de un viaje desesperado. Una de las noches anteriores a la partida estoy en la cama, despierto. Se abre la puerta y entran mis padres. Me hago el dormido. Mis hermanos lo están. Mis padres nos dan un beso y vuelven a salir de la habitación, pero se dejan la puerta abierta. Están quitando los cuadros del pasillo. Mi madre, con un rencor inconcebible, pide a mi padre que arranque también las alcayatas, que no deje nada, aunque destroce la pared. Impresiona escuchar su rabia, su amargura, su desesperación. Quizá su miedo. El miedo de los mayores produce pavor en los pequeños”.

Las paredes en los pisos encarados de San Francisco de Borja aquella literaria noche escuché por las paredes compartidas, ruidos y murmullos, pero no supe interpretarlos. Luego ya he conseguido entenderlos. “Viajamos en un tren con los asientos de madera. Llegamos a Madrid muy tarde, por la noche, y dormimos en una pensión de Atocha”.

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